miércoles, 21 de marzo de 2012

Ruta de la Plata --- HISPANIA EN UNA VÍA Luis Melero

Senda seguramente la más antigua entre el norte y el sur peninsular, la Ruta de la Plata agrupa arte, historia y naturaleza en un conjunto cuya variedad y riquezas son asombrosas.
Entre las grandes vías que recorren la Iberia clásica, quizá la Ruta de la Plata sea la más ancestral, porque debieron preferirla nuestros antepasados prehistóricos y es seguro que fue durante millones de años la senda natural de las migraciones estacionales de manadas de uros, onagros y venados que pastaban en las ricas praderas que dejaba libres el gran bosque ibérico; aquél que, según la fábula, podía recorrer una ardilla desde Tarifa a los Pirineos de árbol en árbol y sin tocar jamás el suelo.
Discurre por el oeste de España (próxima al recorrido de la N-630 y a veces fundiéndose con ella), pero resulta bastante más céntrica si olvidamos la frontera lusoespañola al mirar el mapa. Atraviesa las provincias de Sevilla, Huelva, Badajoz, Cáceres, Salamanca, Zamora, León y Asturias, dibujando en algunos tramos el límite entre las romanas provincias Tarraconense y Lusitania. Es tan atávica, que ya el "homo antecesor" contemporáneo del de Atapuerca debió de utilizarla, porque sigue el trazado más practicable del interior peninsular, donde las grandes cordilleras van de este a oeste y constituían murallas infranqueables para las rutas norte-sur antes de que nuestra civilización inventara los motores. La coincidencia de la Ruta de la Plata con algunas de las principales cañadas reales de la Mesta, prueba la lógica del recorrido por llanuras y dehesas cómodas para la trashumancia, traspasando sierras por los pasos menos escarpados y vadeando ríos por los puntos menos procelosos. Antes de la fecha que los historiadores ponen a la obra romana, la Ruta de la Plata había sido gran vía comercial de los tartessos y pasillo de penetración del comercio fenicio y griego, y mucho antes tuvo que ser el principal vehículo de fusión entre celtas e iberos.
Celtibérica por deteminismo orográfico, telúrica por su origen antiquísimo, bendecida por siglos de romerías jacobeas, cauce del transvase cultural sur-norte-sur, tronera para muchas de las invasiones de nuestro pasado, envuelta en magia druida, taumatúrgica y rebosante de arte, conectora de varios escenarios esenciales de la historia ibérica, la Ruta de la Plata comienza a convertirse en lo que no le costará ningún esfuerzo llegar a ser: uno de los más sugestivos atractivos turísticos de España.
EL IMPERIO, CONTRA VIRIATO
Bajo las brumas de aquel inmenso bosque ibérico, la senda más hollada del interior peninsular era un hervidero de comerciantes y buscavidas donde quien pretendiera su dominio tenía todas las de perder. Nadie la había fiscalizado ni vedado, ni fortificado, y nadie parecía necesitarlo, ya que la fusión multirracial que evidencian las etnias hispánicas revela un talante transaccional, asimilador, sostenido pacíficamente durante muchos milenios. Pero hace veintidós siglos, tras el declive del dominio mercantil griego y la limitación a la costa mediterránea de los cartagineses, herederos y sustitutos de nuestros abuelos fenicios, se produjo un hecho sin precedentes: nunca antes en este extremo del Mare Nostrum había campado un poder con vocación dominadora y con fuerza para imponerla.
Un corresponsal de guerra del Imperio Romano, destacado al paraje de la Ruta de la Plata en Extremadura, pudo escribir una tremendista crónica cuando corría el segundo siglo antes de Cristo, hacia el año 139. Cabe imaginar a una especie de Arturo Pérez Reverte vestido con clámide, y con cincel y una losa de granito en lugar de bolígrafo y papel, mandando a su redacción central, instalada en los aledaños del Senado, la siguiente nota:
"Ante los estragos causados a nuestras cohortes por las bandas de salvajes aborígenes, capitaneadas por un tirano feroz y sanguinario llamado Viriato, el heroico cónsul Quinto Servilio Caepio se vio en la necesidad de infiltrar a varios espías con objeto de desestabilizar su tiranía. Aunque logró el propósito de que el infame salteador Viriato muriese, sus jaurías de salvajes continúan causando graves perjuicios a nuestras gloriosas centurias, puesto que todavía ponen en práctica la tracionera técnica bélica que dicho Viriato inventó: la guerra de guerrillas, que renuncia a la gloria y el honor de la lucha frontal y emplea la táctica innoble de causar por sorpresa pequeños daños y huir hacia la espesura del bosque.
"Lamentablemente, muchos pequeños rasguños pueden convertirse en una copiosa sangría y, sumados, los ataques salvajes han llegado a mermar las fuerzas expedicionarias de Roma, por lo que se ve amenazada nuestra gloriosa conquista de la Hispania.
"Por tales razones, el heroico y laureado vencedor de Viriato que los dioses amparen, Quinto Servilio Caepio, ha mandado construir una vía romana sobre el trazado de las veredas aborígenes, vía por donde el Senado y el Pueblo de Roma conseguirán domeñar e instaurar el Orden en estas riquísimas tierras indómitas"
Este Quinto Servilio Caepio, o Cepion, fue el encargado de responder en nombre del Senado de Roma a los lugartenientes de Viriato que le habían asesinado, cuando pretendieron cobrar la recompensa prometida: "Roma no paga a traidores". Asimismo, fue quien construyó el primer tramo de la Ruta de la Plata en las cercanías de Cáceres, desde el fuerte que denominaban "Castra Servilia".
Más tarde, en tiempos de Augusto, hacia el año 25 a.C., ese primer tramo creció para convertirse en la vía romana XXIV con el nombre de "Iter ab Emerita Asturicam", o sea, "carretera de Mérida a Astorga". Porque la Vía de la Plata genuína, la original, comprendía exclusivamente este recorrido de unos 465 kilómetros. Las extensiones hacia el sur, hasta Sevilla y hacia el norte, hasta Gijón, son posteriores y no es del todo riguroso que compartan el nombre. La "Iter ab Emerita Asturicam" vino a sumarse a la red de "autopistas" que los romanos construyeron en Iberia para favorecer la expansión de su imperio. La denominación de "autopista" sonará exagerada a algunos oídos, pero resulta más ajustada si recordamos que las modernas carreteras nacionales medían hasta hace pocos años lo mismo de ancho que las vías romanas: 7 metros. Conscientes de la importancia que tenían las infraestructuras para la consolidación de su imperio, los romanos construyeron sus vías como nunca, hasta entonces, se había hecho en la Historia de la Humanidad, pues las dotaban de cimientos robustos que llegaban a un metro de profundidad y tenían cuatro capas de firme: el "statumen", que era una base de piedras sin desbastar; el "rudus", una capa de guijarros; el "nucleus", que era una lechada de tierra y grava apisonada, y la "summa cresta", o sea, el pavimento visible, formado por losas talladas, prácticamente adoquines unidos con argamasa. En un alarde de anticipación tecnológica, las vías presentaban peralte, disponían en los puntos más escarpados de murillos a modo de quitamiedos y contaban con sistemas de drenaje.
La "Iter ab Emerita Asturicam" de Augusto estaba asfaltada en gran parte y disponía de puentes macizos, como el de Albarregas; luego fue consolidándose y prolongándose con los sucesivos emperadores, como Tiberio, Vespasiano o Nerón y, sobre todo, con los emperadores andaluces, Trajano y Adriano. Ellos pusieron los medios para que Iberia pudiera ser un solo estado, porque remataron la Ruta de la Plata casi hasta su aspecto y dotaciones definitivas, construyendo puentes en Alconétar, Salamanca y muchos otros lugares, con lo que proporcionaron a la península la primera vía por la que se podían comunicar con seguridad, comodidad y rapidez las costas del norte con las del sur.
Aunque la etimología de "plata" sea muy incierta y no guarde relación con el metal argentífero, la realidad es que esta vía sirvió para el intercambio de grandes riquezas y se constituyó en verdadera columna vertebral de la economía de Hispania. "Plata" puede venir de "lata" (ancha en latín) o de "plateia" (camino ancho en griego), aunque parece más probable que proceda de "balata" (camino embaldosado en árabe). Pero una especie de "guía Michelín" del Imperio Romano, compilada durante el siglo III bajo el epígrafe de "Itinerario de Antonino", señala que, entre otros muchos usos, servía para el transporte de ricos minerales. Del "Itinerario de Antonino" existen copias realizadas en los siglos VII y XII; a pesar de las lógicas discrepancias entre ellas, se puede establecer metro a metro el trazado original de la vía y de sus "gasolineras", las "mansios" que a modo de estaciones de servicio instalaron los romanos cada 40 kilómetros aproximadamente, hasta un total de 13 ó 14. Equipadas con hospederías, cuadras y graneros, tenían en muchos casos servicio de "jumentarii et carrucarri", o sea, alquiler de carros y acémilas. Casi todas las "mansios" dieron origen a grandes poblaciones que hoy jalonan la Ruta de la Plata, como Cáceres, Salamanca, Benavente o Zamora.
PUENTE DE PLATA A ALMANZOR
En vez del enemigo que huye, encontró puente de plata el enemigo que llegaba.
Atomizado el Imperio Romano por los bárbaros y, sobre todo, por su propia decadencia, surgió una nueva colonización imperial en el siglo VII que no tardó en mirar con avidez hacia la mítica Tarsis de riquezas legendarias. Antes de cumplir un siglo, el Islam invadió Iberia y se encontró con que, a diferencia de cuanto sus capitanes conocían, disponían aquí de una brecha bien asfaltada por donde avanzar a todo tren. La Ruta de la Plata fue uno de los factores por los que la conquista musulmana de Hispania fue tan súbita, con el propio Tarik corriendo por ella como un galgo península arriba, y más tarde, en el siglo X, cuando Almanzor quiso convertir el Califato de Córdoba en un estado hegemónico, encontró en la Ruta de la Plata la vía rápida para debilitar, diezmar y anular los reinos cristianos. Tal como conquistaron los romanos la península gracias a la Ruta de la Plata, y por ella avanzó como un relámpago la dominación germánica, fue por esta vía como pudo Almanzor arrasar sin dificultad Salamanca, Zamora "la bien cercada", Astorga y hasta la propia Santiago de Compostela, donde ya llevaban casi dos siglos venerando un sepulcro del que muchos creían hermano de Jesucristo.

RUTA JACOBEA DE LOS MOZÁRABES
Indiferentes al paso del tiempo, los adoquines romanos de la "summa cresta" continuaban diez siglos después de su colocación sirviendo para el trasiego incesante de gente y carruajes, comerciantes y ejércitos. De modo que, cuando el Califato se convirtió en el gobierno europeo más tolerante de su época, los cristianos que permanecían en sus dominios, denominados "mozárabes", sintieron la llamada del culto que movilizaba a toda Europa, la devoción jacobea. Las peregrinaciones en pos del sepulcro de Santiago abrieron rutas de cultura y arte a través de media Europa, pero la ruta jacobea del sur ya estaba hecha desde un milenio antes y sólo podía enriquecerse aún más. Las romerías jacobeas mozárabes dieron lugar al surgimiento de nuevas poblaciones, como Plasencia, y a la construcción de hospitales, hospederías e iglesias. Todo el camino se pobló de muestras espléndidas de arte sacro y civil hasta la mismísima Astorga, donde los romeros se juntaban con los que llegaban procedentes de Francia para continuar hacia el oeste.
Hay historiadores que atribuyen a la existencia de la Ruta de la Plata la abundancia de colonizadores de América nacidos en Extremadura. Conduciéndoles con prontitud a la Sevilla de la Casa de Contratación y la Escuela de Marear, la Ruta de la Plata fue también el cauce por donde tantos vacos, asturianos, gallegos y leoneses emprendieron la aventura americana.
RESTOS, NATURALEZA, ARTE Y BELLEZA.
Muchos de los elementos de la Ruta de la Plata, (como los marmolillos que servían para subir a las monturas, ya que los romanos desconocían los estribos) son actualmente parte de casas señoriales y de algunos de los incontables monumentos que jalonan el camino; a pesar de ello, y a despecho de los dos milenios transcurridos, aún son visibles restos importantes de la vía romana.
La longitud y el patrimonio de la Ruta de la Plata justificaría dedicarle unas vacaciones completas, recorriéndola en coche y alojándose jornada a jornada en su interesante rosario de albergues, hospederías y paradores; pero las andanzas en busca de examinar los tramos de calzada que han sobrevivido a veintidós siglos de azares requieren un planteamiento senderista o ciclista. Con tiempo y sin prisa, porque lo que merece contemplarse es mucho más de lo el viajero pueda presuponer, recorrer en bicicleta o caminando algunos de los tramos de la Ruta de la Plata es una experiencia inolvidable.
La ruta cruza ciudades imprescindibles, como Cáceres, Mérida, León o Astorga; conduce a la contemplación de maravillas románicas, como la insospechada catedral de Zamora, o platerescas, como ese sobrecogedor museo urbano que es Salamanca; bordea o atraviesa plácidamente parajes naturales espléndidos, como la Sierra de Aracena, el parque natural de Monfragüe, el valle del Jerte, Gredos o la cuenca del Esla con sus misteriosos bosques umbríos, donde el chapoteo de las truchas es lo único que rompe el silencio. Sobreviven en el entorno de la Ruta de la Plata grandes retazos puros de dehesas y bosque mediterráneo, donde virginales y ajenos a la contaminación y el ruido, prosperan los alcornoques y quejigos, los robles y encinas. Con la consecuente abundancia de bellotas, es lógico que sea en estos parajes donde ha medrado mejor el "sus mediterraneus", aquel jabalí que poblaba todas las orillas del Mediterráneo y que ahora sólo nosotros tenemos el privilegio de pastorear: el cerdo ibérico de pelo escaso, hocico fino y pezuñas "pata negra", cuya geografía es prácticamente la de la Ruta de la Plata, donde aporta uno de nuestros principales manjares, el jamón ibérico.
Pero con ser tanto, la naturaleza no es todo: el viajero curioso se asombrará en la intemporal judería de Hervás, el abismal puente de Alcántara, la excelentemente conservada calzada en Béjar o las bodegas-cavas y los palomares de adobe de Fontanillas y toda la comarca de Benavente.
Hay en la Ruta de la Plata tanto arte, tanta historia, tanta arquitectura, tantos paisajes casi intactos, tantas sorpresas, tanta gastronomía, tanta artesanía y, en suma, tanta belleza, que su destino inexorable es el de convertirse en uno de los principales atractivos turísticos españoles. Si fuera posible ofrecer internacionalmente en un paquete la inarbacable variedad de esta vía romana, visigoda, arriana, mora, cristiana, clásica, colonizadora y crisol de civilizaciones, sería como visitar el mayor parque temático del mundo, un parque temático que es una panorámica lineal de Hispania y un exhaustivo retablo sobre los avatares de la Celtiberia milenaria.