viernes, 9 de abril de 2010

Capítulo 16º DESPUÉS DE LA DESBANDÁ


XVI
El insomnio estaba convirtiéndose en una constante, y sólo faltaban dos días para el combate. Soñaba con ella, suspiraba por ella, mojaba las sábanas a causa de los abrazos imaginados. Ansiaba encontrar a Viky, pero sus intentos fracasaban todos los días y Quini se había negado a indicarle cómo dar con ella “porque tienes que reservarte pa el campeonato. Deja los ardores de entrepierna pa cuando te hayas puesto el cinturón de campeón”. Por otra parte, la idea era absurda, una locura de la que sólo se desprenderían desesperación y duda para el resto de su vida. ¿Qué podía esperar de una mujer que era prostituta?
Sentía cansancio, porque esa mañana había sido especialmente extenuante en el puerto; por lo tanto, suponía que el entrenamiento en el gimnasio le haría parecer bastante desfondado.
-¡Hay que ver cómo eres! –le dijo el Tetúo con entusiasmo-. Me juego los huevos a que llegas a campeón del mundo.
-No digas majaretás, Ramón. Con ser campeón de Europa, me conformaría.
-Eso lo tienes chupao. Si no me equivoco, pelearás el campeonato de Europa antes de que acabe el año, si es que nos dejan… con lo de Franco…
El Templao se entretuvo largo rato bajo la ducha, que era simplemente un chorro desagradable; a pesar de la temperatura del agua, empezó a masturbarse, pero le desanimó recordar que todos le recomendaban castidad hasta después del combate, sólo dos días más tarde.
De nuevo, se topó con el coche de Quini a la salida.
-¿Es que no te fías de mí? –pregunto el Templao al tiempo que se acomodaba junto al conductor.
-¡Ni mijita! –proclamó Quini- Si me cuentan que vas toas las noches al bar de la Carmen… No tienes arreglo; por mis cojones, que hasta te emborrachas. Si sigues en ese plan, vas a conseguir que pierda un dineral.
-Eso es lo único que te preocupa...
-¡Naturaca! ¿Es que hay algo más importante? ¿Es que no te lo pasas lo bastante mal como pa estar deseando coger un puñao?
-Joé, Quini. Por mucho que os empeñéis tú y el Tetúo, no debe ser bueno pasarlo como lo estoy pasando yo. Echar un polvo no puede ser tan malo, cuando no duermo por las ganas de echarlo…
Quini sonrió.
-Aguanta un poco más, Guaqui. Te lo prometo: una vez que ganes el domingo, en veinticuatro horas tu vida dará un cambio que ni te imaginas. Y no sólo porque te habrás abierto camino en el boxeo… Es que tó el mundo va a rampar por meterte en su cama.
-¡No seas majara!
-Claro que sí. Siempre has sío el guayabón más guapo del barrio, Guaqui. Y cuando te conviertas en popular con el boxeo, ni se diga. Se van a dar bofetás por acostarse contigo; y tú serías mu tonto si no te aprovecharas sacando rendimiento…
-¡Que te den por donde amargan los pepinos!
Quini sonrió y fingió mirar atentamente por la ventanilla de su lado, para no seguir hablando de lo mismo. Había sido camarada íntimo del Templao durante los primeros años de su adolescencia, cuando estaba tan embobado por él como toda su pandilla del barrio, pero ahora comprendía que siempre había sido un inocentón sin malicia ni ambición. Si no conseguía abrirle los ojos, iba a pasarlo mal.
-¿Dónde quieres que te lleve?
-A la Triniá, a casa de mi tía.
-¿Pa dormir en el portal? Ni pensarlo. Necesitas descansar. Voy a pagarte una habitación en un hotel, pa estos dos días, por los menos. Después, tú verás lo que haces cuando tengas el cinturón en la mano. Vamos a la Alamea. Pero no se te vaya a ocurrir ir al bar de la Carmen, que está a un paso, porque voy a poner vigilancia, pa que no hagas de las tuyas.
Viky se había convertido en una obsesión. En cuanto Quini le dejase en lo que él llamaba hotel pero no era más que una oscura pensión, saldría a tratar de dar con ella.
-Mira, qué bien han colocao ese cartel.
Quini señalaba un anuncio tan grande como los de películas, pegado en la fachada más sobresaliente y notoria, todavía en pie, de uno de los edificios bombardeados del Boquete del Muelle. Él figuraba como “el Malagueño de acero Templado, con letras de doble tamaño que las del nombre de su rival.
-La Malagueta se va a llenar hasta arriba –añadió Quini-. Las autoridades no paran de mandarme recaos pa que les reserve entrás. Tós quieren congraciarse con nuestros paisanos viéndote ganar y aplaudiendo; me van a sacar las túrdigas, porque no voy a poder vender ni una de las caras.
El gobierno surgido de la guerra no había encontrado, al parecer, malagueños suficientes para componer su plantel de autoridades locales, porque no aceptaban a quienes presentasen en su pasado la menor sospecha de simpatía por la república. La gran mayoría de las autoridades actuales habían sido trasladadas de Jaén, Granada, Murcia o Albacete, personas recién residenciadas en la ciudad, sin noción alguna de una personalidad tan particular como la malagueña. Eran numerosos los que notaban sus esfuerzos destinados a que nadie les echara en cara su desconexión con la nueva sociedad, tan desconocida y desconcertante.
En cuanto se marchó Quini, el Templao salió de la pensión con cautela para asegurarse de que el coche se había perdido de vista. En sus primeros pasos por la Alameda, se cruzó con cuatro falangistas; por su reflejo condicionado, los examinó a ver si uno de ellos era Serafín, de quien no podía esperar nada bueno si se difundía su cara como la de un boxeador popular. Ninguno de los cuatro era el hijo del barbero, pero se dijo que no podía bajar la guardia. Fue a casa de su tía, en busca de algo de ropa que guardaba allí y, en vez de regresar a la Alameda, fue a la calle Beatas, una estrecha vía entre decadentes y medio ruinosos palacetes decimonónicos, ocupados muchos de ellos por burdeles caros. Preguntó a pocas por Viky, pues le desanimó que ninguna de las interpeladas mostrara el menor recato en eludir responderle. Al Templao le resultaba imposible determinar si no conocían a Viky o se comportaban con “reserva profesional”.
Estaba a punto de dar la vuelta sin terminar de recorrer la calle, cuando vio caminar delante a una muchacha cuyos andares le resultaron familiares. Con el corazón acelerado y el aliento detenido, apresuró los pasos para adelantarla, pero antes de hacerlo notó en la silueta de su cabeza y la melena que no se trataba de Viky. Otra decepción, pero también una nueva inquietud. ¿Cómo podía parecerse tanto a su hermana Inma muerta?
Se desvió para dirigirse al hotel, pero persistía en su ánimo la impresión causada por aquella muchacha. No podía conocerla. Nunca había tenido tratos con las prostitutas caras, más que antaño, cuando acompañaba a Mani para entregar los vestidos que confeccionaba su madre.
Pero se mantenía el pálpito, causándole más angustias que desconcierto. ¿A qué se debía esa intuición estúpida de reconocimiento de una mujer que no podía conocer? De repente, el miedo a los vengativos desvaríos de Serafín se convirtieron en terror de que él también descubriera a esa muchacha de parecido tan inquietante con su hermana.
Decidió entrar en la Casa del Guardia, a tomar un vaso de moscatel.
-Oye, ¿tú no eres el “Acero Templado”?
Se lo preguntaba un joven apoyado en la barra de la taberna ante un vaso grande de vino oscuro y denso, tal vez Lácrima Christi. Iba muy repeinado y algo atildado, pero innegablemente era un obrero. Tal vez albañil. No parecía un falangista ni podía ser que ya lo identificaran por la calle, puesto que todavía no había peleado ningún combate.
-¿Nos conocemos?
-Claro, macho. Te veo tó los días en el gimnasio del Tetúo. Pero nunca hemos hablao.
-¡Ah! ¿También boxeas?
-Eso quisiera yo. Me llamo Fali, ¿y tú?
-Joaquín. Si no boxeas, ¿por qué vas a ese gimnasio?
-Yo… -Fali titubeo y al Templao le pareció que se ruborizaba-. Bueno, sí que me gustaría boxear, pero no valgo pa eso. Voy allí porque me encanta ese ambiente.
-¡Ah! –El Templao halló estrafalario que le gustase un local tan inhóspito y el trato con tipos que eran, casi todos, algo patibularios. Examinó a Fali con mayor atención, buscando entenderlo.
-Tó los días me muero de ganas de hablar contigo –declaró Fali-, pero nunca me acabo de decidir. Es que tú no eres como los demás.
-Ah, ¿no? ¿Cómo soy?
-Más decente y, además, deberías trabajar en el cine o algo así, porque tu físico…
Volvió a ruborizarse y bajó un poco la cabeza.
El Templao notó que se avergonzaba de algo, por lo que el joven le resultó antipático y algo repulsivo.
-Disculpa, tú. Me tengo que ir.
Bebió de un trago el vaso de viso y salió apresuradamente. Necesitaba hablar con alguien y sólo se le ocurrió el Chafarino. Tomó el tranvía hasta la Tabacalera y, a continuación, corrió a paso ligero, como había aprendido en la Legión.
-El combate es el domingo –dijo el anciano, como si el Templao necesitara que se lo recordasen.
-Sí, pero me cuesta dormir, porque estoy mu nervioso.
-Es natural. ¿Ya has hablado con Mani?
-¡Qué va! Eso es más difícil que ganar la lotería tres semanas seguías.
El Chafarino sonrió.
-Niégate a entrenarte el sábado aunque te lo manden –aconsejó de modo bastante contundente-. Haz tus ejercicios mañana, pero no pasado mañana. Debes llegar al combate del domingo fresco como un jurel del copo. ¿Por qué estás nervioso, por la expectativa del combate?
-Un poco, pero lo que me quita el sueño es lo otro.
-¿Esa muchacha?
-Sí. Vengo de haber estao un buen rato buscándola. Nadie me da norte. He corrío como un galgo detrás de una por toa la calle Beatas, creyendo que era ella, y me he llevao un chasco…
-Tómatelo con paciencia. Algún día darás con ella, y mejor que no tardes mucho, porque de todas formas puede ser que te decepciones.
Ya le había vaticinado muchas veces la decepción; aunque sin duda se refería a la condición de prostituta de Viky, hablaba de ello con tacto y sin la menor sombra de moralismo o prejuicios.
-¿Conocías a la que has confundido con ella?
-No, pero me ha dejao un cuerpo raro. Me ha dao algo en las entretelas, algo que no he conseguío comprender, y he tenío que echarme un moscatel al coleto.
-¿Por qué crees que será?
-No lo sé. Yo no iba nunca por esas casas de trato, sobre tó porque son más caras que un jamón con chorrera. Bueno… sí iba algunas veces hace dos o tres años; fui cuatro o cinco veces con el Mani pa protegerlo, cuando su madre lo mandaba entregar vestíos a las putas. La cosa es que en medio de la extrañeza por esa cara, me ha dado por pensar en mi hermana Inma, que como usted sabe murió en Nerja.
El Chafarino detuvo la mano que remendaba la red. Bajó la cabeza a fin de sustraer su rostro al escrutinio del Templao; pero no para de escuchar sobre familiares reaparecidos después de que se les diera por muertos.
En la taberna del Guardia he conocío a uno que dice que me conoce del gimnasio –comentó el Templao-. Creo que está por tó mis huesos.
El Chafarino se alegró de que apartase a su hermana el foco de su atención; apretó un poco los labios y, tras una larga pausa, dijo:
-Pronto, tendrás que curarte de prejuicios y opiniones precipitadas, en cuanto te veas obligado a desenvolverte en ambientes nuevos, una vez que ganes algún combate. A veces, sentimos impulso de rechazar a quienes nos desean, en vez de dar oportunidades de relación a personas que pueden sernos útiles.
-No sé en qué podría serme útil la amistad de ese Fali.
-Lo que no te conviene es rechazar a nadie porque sí. Todos merecen una oportunidad, si no llegan metiéndote los dedos en los ojos.
-Po el Mani bien que se dao prisa en darme de lao…
-¿Estás seguro? ¿Has tratado de calcular las situaciones e impedimentos que condicionan su vida ahora? Sigo creyendo que tú deberías abordarlo sin acostarte a la bartola esperando que él tome la iniciativa. Tienes que darte prisa, porque ya ha pasado demasiado tiempo. Pronto, a este paso y si no cambiáis las cosas, cada uno de vosotros será para el otro un simple recuerdo dormido.
El Templao volvió la cabeza hacia el rompeolas. No había luna, por lo que sólo escuchaba el rumor. Presintió más que vio a los marineros que se disponían a echar el copo. El Chafarino no necesiaba luz para remendar las redes, por lo que no había dejado de hacerlo aunque la oscuridad era total.
-¿Puedo entrar en su casa a encender una vela?
-Sí, claro. Hay una y cerillas a la derecha, en cuanto entras, encima de un cajón.
El Templao volvió a salir del chamizo poco después, con la vela encendida en la mano. Deseaba ver el rostro del Chafartino cuando le preguntase:
-¿Usted cree que el Mani se acuerda de mí tanto como yo de él?
-¿Por qué lo dudas?