jueves, 10 de diciembre de 2009

EN MUY POCOS DÍAS, PUBLICARÉ AQUÍ EL SEGUNDO CAPÍTULO DE "DESPUÉS DE LA DESBANDÁ"


Muchos amigos me preguntan por qué no edito este libro. Por varias razones:
1-Considero que voy a morir muy pronto y no quiero dejarlo en un baúl.
2-Me han ofrecido editarlo, pero ¿para qué? Por ahora no he tomado la decisión definitiva todavía, porque en España no se paga a los escritores, de los que el congreso y el gobierno son cómplices.
La ficción del libro está resuelta hace mucho tiempo. Hace poco, di por cerrada la redacción a falta de algunos datos históricos/locales reales. Aún no lo he corregido del todo, pero siento que me estoy muriendo y deseo que la historia sea conocida.
El segundo capítulo comienza así:

DESPUÉS DE LA DESBANDÁ

Capítulo II

No se decidieron a ir al convento de la Goleta. Lo postergaron, en espera de reunir coraje y poder tomar el pulso a la población.
Todavía abundaban los incendios humeantes, y algunos hasta cegaban grandes tramos de calles. El camino desde la carretera de Motril hasta el barrio había sido una carrera de obstáculos; el patético desfile se veía obligado a dar muchos rodeos. Sobre el sofoco de las humaredas, olía a desesperación por doquier. Era impensable encontrar quien no hubiera perdido nada. Amores o cosas.
Mani sentía curiosidad sobre la auténtica dimensión de los dos bandos que habían dividido la ciudad, ya que jamás confió en las estimaciones de sus hermanos Paco y Antonio ni de los pretenciosos datos que daba por la radio el general borracho de Sevilla. La experiencia de la desbandá y su propio pálpito le decían que habían quedado muy pocos para vitorear a los invasores italianos. Para hacerse una idea de cuánta gente pudiera haber permanecido en Málaga esperando a ese ejército desconcertante, sin huir, le apetecía recorrer las calles del barrio. Contando las ventanas que transparentasen la luz de una vela, esperaba poder calcular cuántos se habrían quedado apoyando la invasión. En calle Ollerías no abundaban esas débiles señales y, por otro lado, se veía obligado casi a sostener todo el enorme peso del Templao, que daba la impresión de que iba a caer al suelo de un momento a otro. Había gente parada en las esquinas, contemplando el paso del lastimoso cortejo interminable, pero Mani dedujo que esos espectadores debían de sentirse tan perplejos como los regresados de la desbandá; la contemplación era anecdótica; se trataba de gente poco activa que nunca había tenido iniciativas que les pudieran hacer sentir temor y que por esa razón no se habían vistos empujados a huir; ahora, mirado a los fugitivos sin verlos, simplemente holgaban, fumaban, bebían el vino infame de las tabernas de Huerto de Monjas y charlaban con la habitual sorna y chanzas:
-Dicen que los italianos están dejando a las malagueñas con el chocho como los chorros del oro.