jueves, 10 de septiembre de 2009

¿DÓNDE ESTÁN LOS RESTOS DE CALDERÓN?

Bajo los supuestos de esa muy pleonásmica ley de "memoria histórica", el presidente de la diputación de Málaga intentó la "repatriación", desde Buenos Aires, de los restos de Miguel de Molina, y dedicarle un museo.

Sin cantar demasiado bien, con una voz insignificante y rasposa, Miguel de Molina fue un innovador tan original y poderoso en su tiempo, que inició un importante impulso internacional para la copla, un impulso insoslayable, capaz de alzarla a la categoría de género que ostenta hoy con todos los merecimientos. Él dio personalidad, grandeza y tronío a coplas como “Ojos verdes”, “Te lo juro yo”, “La bien pagá”, “La rosa de la Alhambra”,“El agüita del queré” y otras muchas, que son esencia y patrimonio de la música española del siglo XX. Fue valiente y desinhibido, exuberante e incontinente, intuitivo y verdadera carne de escenario Antes de que otra coplera se liara a patadas contra él, Miguel de Molina se expatrió porque unos intolerantes muy bobos y jactanciosos le dieron una paliza, hacia 1942, por ser homosexual; sencillamente. Carlos Cano lo relató en una poética copla llena de rosas, vainicas, biznagas, sueños y claveles fríos, donde el exilio era un cruel destierro de corazones hechos pedazos. Precisamente ese exilio y sus motivos fue lo que dio a Miguel el pasaporte para un extraño y falso cine folclórico-hollywoodense de coreografías y coros, imposibles en la copla.Durante mi propio exilio en Buenos Aires, como malagueño bien informado rondé su casa muchos días y acabé logrando ser recibido en una brevísima y bastante incómoda visita. Creo que el cantante, “padrino” de Pedrito Rico y otras cosas así, no sentía la menor nostalgia de España ni de Málaga. Aunque había convertido su céntrica casa en una delirante exposición de tópicos sureños, España era un recuerdo muy desagradable para él y Málaga no era mucho más que una sombra triste de su pasado. Sí trataba muy afectuosamente a los artistas españoles que iban a visitarlo y dicen que una vez regaló un diamante a Juan Manuel Serrat.

Sinceramente, me cuesta imaginar que Miguel de Molina quisiera -ni remotamente- ser enterrado en Málaga. Mi impresión fue que la idea de volver no cabía en su cabeza ni en sus justificados rencores. Pero ya que algunos quisieron traerlo, tratándose de corregir los errores del pasado, ¿por qué no indagamos qué pudo pasar con el cuerpo de Calderón de la Barca, cuya tumba fue asaltada y expoliada por los sovietistas durante la Guerra Civil?

Luis Melero