miércoles, 30 de diciembre de 2009

CUARTO CAPÍTULO DE DESPUÉS DE LA DESBANDÁ


DESPUÉS DE LA DESBANDÁ

Primera parte
IV Capítulo

El retorno de la desbandá no había terminado aún. Todavía llegaban en masa, aunque algo más dispersos, rendidos y vencidos, arrastrando los carromatos, carretillas, bicicletas y niños ensartados por cordeles para que no se despistasen. Los dos amigos los miraban ahora, tras haber descansado un poco, con un inesperado y muy extraño sentimiento de piedad y repulsión. ¿Así parecían ellos la noche anterior?
El Templao cabeceó y, apesadumbrado, hundió la barbilla en el pecho al tiempo que resurgía el llanto. Mani volvió a abrazar sus hombros sin encontrar una palabra que pudiera consolarles a los dos.
El cortejo del regreso continuaba gimiendo. Andrajosos, casi todos los pies sangrantes, famélicos y con los ojos desencajados. Como escapados de un campo de concentración, subían por las riberas del río y la calle de Ollerías, arrastrando la desesperación y la desesperanza. ¿Qué venturas podían encontrar en la ciudad asolada de donde habían huido? Ninguna. Prematuramente, la mudez que se verían obligados a guardar durante años les dominaba ya.
Transitaban en silencio de camposanto, presentes pero ausentes, con miradas descarriadas y perplejas donde no quedaba ningún camino. En sus ojos se pintaba la incertidumbre o, más bien, la negrura de su inmediato porvenir.
Para no tener que continuar viéndolos, el Templao y Mani se desviaron de la ruta que habían previsto recorrer. Permanecieron unos minutos junto a un pequeño huerto donde salaban boquerones, hasta que el Templao, con su habitual incapacidad de estarse quieto, dijo:
-Bueno, Mani, me las piro; trata de esconderte hasta que yo no vuelva. A ver si encuentro quien me haga el favor de ir a preguntar en la Goleta.
Pasado un rato, Mani descubrió que los dos hombres, que rellenaban un tonel con boquerones y sal, le señalaban y susurraban entre sí. Le habían reconocido. Corrió calle abajo, por la misma dirección que el Templao tenía que recorrer a su regreso, y se paró junto a un tenderete del mercado a ver pasar el cortejo, que seguía desfilando sus miserias por la Cruz del Molinillo.
Cavilaba sobre dónde ocultarse mientras el Templao trataba de averiguar el paradero de doña Elena, pero la fascinación que le producía el desfile le mantuvo en el mismo sitio, sin notar cuántas vecinas lo miraban de reojo. De hecho, se produjeron incontables codazos de unas vecinas a otras, mientras lo señalaban con disimulo, aunque en ningún momento se dio cuenta porque el dolor del muchacho era tan profundo que no tenía ánimos ni para mantener el alerta.
Por su parte, y al tiempo que corría mirando las caras de sus vecinos, a ver en quién podría confiar, al Templao le pesaba cada vez más el martirio de su hermana Inma. El estremecimiento le hizo trastabillar y tuvo que hacer un esfuerzo para continuar andando. Los sucesos de aquel día los podía reseñar con todo detalle y cronológicamente.

-Guaqui, la Inma...
-¿Qué pasa, mamá?
-Que la mandé a mediodía a comprar un huevo y no ha vuelto.
-¿No ha venío a comer?
-No. Sal a buscarla, que esto me huele fatal.
Mani sintió que un terremoto agitaba el suelo bajo sus pies. Había aconsejado muchas veces a Inma que no saliera de su casa sola, lo mismo que el Templao. Ahora no era tiempo de reprochar a la madre por no parar de mandarla a la calle, sino de encontrarla cuanto antes. Rastrearon a la carrera zonas cada vez más amplias con el barrio como epicentro. Empezaron en el Molinillo, pero fueron abarcando más y más calles, hacia las zonas céntricas, hacia el barrio de Capuchinos y hacia el río. Preguntaban a los conocidos y a los desconocidos, el Templao sin parar de llorar y Mani con el corazón estrujado por el peor de los presentimientos. Inma no se retrasaba jamás voluntariamente, poseía gran sentido de la responsabilidad que le hacía ayudar a su madre mucho más de lo que ésta le exigía y siempre volvía de los mandados en seguida, porque lo que más le gustaba era bordar. Pasaba horas y horas bordando, incluso mientras hablaba con Mani durante tardes-noches interminables. Parecía indudable de que su tardanza no era por iniciativa propia; alguien estaba reteniéndola. Cada hora, volvían a la calle Rosal Blanco por si había novedades. De tanto indagar, la noticia sobrevoló el barrio, por lo que se fue agrupando gente expectante en torno al corralón de la Torre. Los grupos se multiplicaron y cuando se acercaba la medianoche, eran más de diez. Carmela, en el centro de un círculo formado por sus hijos, permanecía en guardia a la entrada de la calle, como si con ello pudiera acelerar la reaparición de la más bonita, dulce y serena de los doce.
Mani y el Templao recorrieron todas las casas de socorro, los dos hospitales, los asilos de indigentes y cuando acudieron a la comisaría de vigilancia, los guardias se burlaron de su desconsuelo, porque las denuncias por desaparición eran demasiado frecuentes como para abrir diligencias. El Templao estuvo a punto de ganarse la detención, de no ser porque Mani cerró materialmente su boca obligándole a callar cuando ya había empezado a insultar al guardia del mostrador, que sencillamente se encogió de hombros con indiferencia.
Según les dijeron durante un nuevo regreso a calle Rosal Blanco, ya eran casi veinte los grupos que hacían batidas por el río, los huertos, el monte Coronado y las zonas de campo que orillaban los caminos que partían de Málaga. Salían con antorchas y linternas en una multitudinaria movilización del barrio, que era general cuando se aproximaba el alba.
Fue con la primera luz del amanecer cuando llegó uno de los grupos cargando a Inma entre cuatro. Convulsionada y babeante, se debatía como si fuese presa de un ataque epiléptico, pero no emitía sonido alguno.
-Estaba sujeta a la barandilla del puente; parecía que iba a tirarse -informó uno de los que la cargaban.
-No quiere hablar -aclaró otro.
La depositaron de pie ante su madre y Mani sintió que se le partía el corazón. Sobrecogido por el espanto, contempló su melena castaña enredada de rastrojos, sus mejillas tumefactas, sus labios hinchados y cubiertos de heridas y coágulos de sangre, sus ojos ennegrecidos a golpes, su vestido hecho jirones y la sangre seca que dibujaba un reguero en su pierna izquierda. Iba sucia de polvo y fango y de sangre y dolor en las incontables magulladuras y escoriaciones de su piel, visible en la abundante desnudez que su ropa hecha jirones no ocultaba. En una de los guiñapos mayores de la parte delantera de la falda, habían escrito "puta roja" con tinta china. Viendo que iba a caer desmayada al suelo, Mani dio un salto para evitarlo, pero ella rechazó el contacto con brusquedad, como si él quisiera multiplicar su horror.

El Templao apretó los párpados para tratar de borrar el recuerdo.
De repente lo vio llegar. Dibujó una sonrisa enorme de alivio, mientras se ensanchaba su pecho y su corazón saltaba con júbilo. El que había sido durante seis meses el conductor del camión de abastos comandado por Mani, llegaba desde la dirección opuesta.
Casi desde el levantamiento de los rebeldes, habían compartido todos sus días; buscaron afanosamente comida y útiles que repartir y llevaron el camión sin descanso a los más recónditos lugares, no sólo de la capital, sino a toda la provincia. Juntos, él, el conductor, Mani y el otro miliciano se habían desesperado al unísono cuando no podían satisfacer las peticiones de gente tan miserable como la refugiada en la catedral o cuando faltaba la comida hasta para ellos. Juntos, los cuatro no habían dudado en recolectar naranjas cachorreñas de los parques, y frutas de melonares abandonados a causa de los bombardeos. Habían presenciado juntos el desmoronamiento de algunos frentes, como el de Monda. Habían reído juntos con los chistes y ocurrencias de cada uno.
El Templao reconoció con dificultad al miliciano que había conducido el camión de reparto hasta cuatro días antes. Se paró a verlo llegar hacia él y el corazón volvió a darle un vuelco. No recordaba su nombre, porque hablaban poco de sí mismos cuando cumplían las órdenes de la Jefatura de Abastos. El antiguo conducto vestía de un modo que tendría que haberle hecho recelar, un traje de aquéllos que la gente de su clase usaba sólo los domingos, pero la alegría de encontrarlo le impulsó a lanzarse hacia él para abrazarlo, al tiempo que maquinaba cómo pedirle el favor de ir a la Goleta.
-¡Qué haces, muchacho! –exclamó con tono muy áspero el antiguo conductor.
Algo se derrumbó en el pecho del Templao.
-Coño, compadre. ¿No ves que soy el Templao?
En los ojos del ex conductor había un fulgor aterrado al decir:
-Yo a ti no te conozco de ná. Déjame tranquilo.
Echó a correr como si alguien acabara de acusarlo de un crimen.
El Templao asistió perplejo al desmoronamiento de cuanto quedaba dentro de sí. Su idea del mundo se disolvía como azúcar en el agua, mientras se resistía con denuedo a exterminar su esperanza. Estupefacto y cabizbajo, siguió adelante tratando de superar lo que acababa de suceder, que estaba creciendo en su imaginación como el más negro escollo del mundo. La musculatura desarrollada durante años en el puerto, cargando sacos que pesaban más que él, ahora no le servía de nada, porque sus piernas flaqueaban. Parecía que pudiera desmayarse. Alzó los hombros en busca de una resolución que ya no sabía en qué parte de su anatomía pudiera estar. Se palpó los testículos, a ver si un demonio disfrazado de italiano se los había extirpado, como él le había hecho a Serafín. Los genitales continuaban en su sitio, pero los sintió languidecer, como si estuviera siendo víctima de un embrujo.
No podía caberle en la cabeza la conducta del conductor, que siempre le había parecido un muchacho bromista, afable, despreocupado y un poco simplón. ¿Tan pronto se estaba adaptando la gente a la nueva situación? ¿Iban a portarse todos así?
Inconscientemente, comenzó a caminar con mayor cautela, mirando adelante y atrás con prevención. Un pálpito impreciso hizo que retrocediera en el laberinto de callejas formado por Curadero, Rosal Blanco, Huerto de Monjas y otras, pues los barrios malagueños de entonces eran como aldeas encerradas en sí mismas. Todos se conocían, al menos de vista.
El Templao se dio cuenta de que se cruzaba con algunas matronas y chicos, que evidentemente no habían huido con la desbandá; los reconocía vagamente y en todos los casos notó que viraban bruscamente la cabeza para no mirarlo, para que no se cruzaran sus miradas.
Él, que había sido el joven más popular del barrio, se había convertido de repente en un apestado al que todos eludían ahora. La perplejidad vencía al dolor. Seguramente, el amigo ciego de Mani, el Chafarino, hubiera sabido explicarle el cambio si permaneciera vivo. Pero también había muerto, qué desperdicio. Tanta sabiduría y buen juicio, disipados en un bombardeo. ¿Qué más había muerto? No le quedaba más familia que Mani, le habían arrebatado su autoestima, las esperanzas eran ahora escombros de explosiones y comenzaba a sospechar que su corazón se había secado a tal punto, que nunca volvería a amar ni a ser amado.
El conductor no podía haberse convertido en mala persona en cuatro días, como si lo hubieran fundido en una fragua. Era el miedo. Al Templao, siempre le habían achacado la facultad de no dejarse abatir por el miedo, pero sabía cuánto pesaba. Lo había visto en muchos rostros acobardados, inclusive en la cara presuntuosa de Serafín, aquella vez que estuvo a punto de dispararle en un oscuro callejón, cuando Mani le salvó la vida. El miedo era el sentimiento más paralizarte del que tuviera noticias. El miedo anulaba toda facultad. Y al parecer, era un demonio al que tendría que encararse a diario en lo sucesivo, porque la realidad era que no sólo lo había detectado en las pupilas de esos dos vecinos acogotados, sino que velaba como una sombra invisible las expresiones de toda la población.
Aumentaba su descomposición.
Armado con un residuo de su antigua resolución rabiosa, decidió volver sobre sus pasos y realizar un esfuerzo de audacia para recorrer la calle Curadero. Sólo unos metros más allá, vio llegar al Carbonero. Escarmentado por la actuación del miliciano conductor, el Templao no se lanzó hacia él. Esperó, parado, a que llegara cerca.
Notó que iba a hacer lo mismo que el conductor, regirle, y desvió la mirada con expresión de culpabilidad. Pero al llegar al lado del Templao, se agachó como si necesitara atarse el cordón del zapato y, en esa postura, susurró:
-Guaqui, haz como que no estamos hablando, mira pal otro lao. ¿Sabes algo de los Robles del Altozano?
-Han muerto tos, menos el Mani, que está ahí cerca.
-Po dile que se quite de enmedio; a él es a quien más buscan. Llevan dos días viniendo a cada rato al barrio, preguntando por tos, ellos, pero por el Mani en especial.
-¿Quiénes vienen?
El Templao fue a mirar a su vecino, pero recordó a tiempo que debía disimular. El vistazo le había bastado para darse cuenta de que el Carbonero iba limpio, repeinado y vestía un traje anticuado.
-¿Quiénes van a ser? El Serafín y los de su maná, disfrazaos de monigotes.
El Templao tragó saliva:
-Necesitaría que alguien entrara en la Goleta por mí.
-¿De qué quieres enterarte?
-El Mani quiere averiguar por la de los barcos…
-Se la llevaron ayer.
-¿Presa?
-¡Qué va! Una ambulancia del hospital con lo menos doscientos médicos.
-¡Ah! ¿Del hospital Civil?
-¡Tú estás majara! A esa tía no van a encamarla ahora en el hospital de nosotros los proletarios. La habrán llevao al Gálvez, al Militar o por ahí. Yo no sé más. Ahora tengo que echar a correr, que por ahí viene gente. Disimula y no se te vaya a ocurrir decirme ni condiós.
El Templao permaneció unos instantes en la misma posición, sin volverse hacia el Carbonero siquiera para verlo correr llamativamente encogido. Volvió a andar pesadamente en la dirección por donde debía encontrar a Mani, arrastrando los pies. De pronto, el ánimo se le había convertido en una carga insoportable. Mani lo vio llegar. Fue a saltar en medio de la calle, descubriéndose, pero una mano tiró de su jersey y le susurró al oído:
-Niño, ten cuidaíto, escóndete o echa a correr; vete del barrio y piérdete enseguía. Te quieren siquitrillar.
Mani contuvo el salto, al tiempo que siseaba al Templao.
-No te vas a creer lo que pasa, Mani.
-¿Qué, Guaqui?
-La gente está mu rara.
-Ya me he dao cuenta.
-No. No tienes idea de lo que me ha pasao. He visto al chofer del camión, vestío de señorito de pega, y no ha querío saludarme. Ha echao a correr.
-¿El Lagartija?
-¿Así lo llaman? No lo sabía.
-Le cabrea tanto que le digan el mote, que nunca lo mentábamos. Pero no me acuerdo de cómo se llama. ¿Qué ha pasao?
-Que ha simulao que no me conoce.
Mani agachó la cabeza un momento, cavilando.
-Una vecina, al verme saltar hacia ti, me ha pillao de aquí, y me dicho mu callaíto que me vaya corriendo. Joé, Guaqui. ¿Tanto ha cambiao la gente?
-Parece que tienen miedo.
¿Parece? Están cagaos. ¿Has averiguao de la de los barcos?
-He visto al Carbonero, que tampoco ha querío saludarme claramente. Ha dicho que se la llevaron ayer en una ambulancia.
-Entonces, no será difícil dar con ella.
-¿Qué no? ¿Qué piensas hacer, ir preguntando por ahí, mientras te buscan pa fusilarte?
Mani se encogió involuntariamente. Se daba cuenta de que tenía que indicar alguna iniciativa, porque el Templao lo miraba, expectante. Pero tenía la mente completamente en blanco.

viernes, 25 de diciembre de 2009

TESTIMONIO DEL NIETO DE UNA VÍCTIMA DE LA DESBANDÁ

He recibido un nuevo testimonio del descendiente de una víctima de la desbandá. Curiosamente, veo que el título de mi novela se ha convertido en denominador de la tragedia que hasta antes de la aparición de "La desbandá" era denominado en Málaga "Muertos en la carretera de Almería". Como es natural, me enorgullezco de ello.
Este relato está escrito por un amigo de Mallorca, llamado Dobarganes, que desciende de uno de los que sufrieron aquerlla tragedia y que como es lógico, es conmovedor:

PEDRO FIDEL DE LOS SANTOS DE DOBARGANES SUAREZ (Natural de La Línea de la Concepción - Cádiz) Y VICTORIA SORIA RAMOS (Natural de Algámitas - Sevilla)

PEDRO FIDEL DE LOS SANTOS DE DOBARGANES SUAREZ
Era maestro de música, lo destinaron a Algámitas donde conoció y se casó con VICTORIA SORIA RAMOS (natural de Algámitas -Sevilla) que tuvo 21 embarazos, de los cuales vivieron 11. Su hogar estaba en la Plaza Falconde, frente al cuartel de la guardia civil.
Eran un matrimonio muy generoso, a menudo en su casa albergaban a personas necesitadas, a la cual daban de comer junto a la mesa con sus hijos.
Fundó la banda de música del pueblo que hoy día lleva su apellido, Dobarganes. También era carpintero, en unos carnavales hizo un barco de madera con ruedas, donde montaba a sus músicos y los llevaba por los pueblos a animar las fiestas con sus comparsas.
A los niños de la localidad algamiteña les enseñaba a leer y escribir.
Lo nombraron secretario del Ayuntamiento de Algámitas(planta baja) y del juzgado(planta superior), era miembro del Partido Socialista Español (PSOE).
La noche que bombardearon el cuartel de la Guardia Civil, acogió en su casa a las mujeres de los guardias civiles y a Gamboa, miembro de la guardia civil. Esa misma noche hubo un tiroteo en la plaza Falconde.
Cuando supo que llegaban las tropas de Franco, junto con muchos otros hombres del pueblo, se escondió en la serranía. Todos pensaban, que cuando llegaran las tropas de Franco al pueblo, si veían que no había hombres, y con lo cual, no habría resistencia, pasarían de largo sin hacer daño a nadie, pero no fue así, pues se ensañaron con las mujeres y los niños de la localidad algamiteña. Pedro Fidel de los Santos, como buen padre, para no alertar y asustar a sus hijos, les dijo que iba a dar una vuelta al Cerro.
Como muchos andaluces, Pedro Fidel terminó refugiándose en Málaga, que era la zona republicana. Cuando se supo que la ciudad malagueña iba a ser invadida por las tropas fascistas, Pedro Fidel salió huyendo de Málaga, en la conocida huída de "la desbandá". Lo vieron sentado en un mojón de carretera, según cuentan, parecía que esperaba a alguien, pero al poco tiempo todos sus esfuerzos por sobrevivir terminaron en ese camino, ya que vieron su cuerpo sin vida en la cuneta de esa carretera.
Dejó huerfanos a 9 hijos, ya que a dos de ellos y a su mujer los asesinaron los fascistas durante la guerra civil.

VICTORIA SORIA RAMOS
Estaba embarazada cuando llegaron a su casa los chacales de la noche(fascistas) preguntando por su marido:
FASCISTA: ¿Dónde está tu marido?
VICTORIA: "Si yo lo supiera, ¿tú crees que te lo iba a decir a ti?.
FASCISTA: "sal de la casa y tira pa lante"
VICTORIA: "como tengáis cojones de matarme delante de mis hijos, vengo después de muerta y os saco los ojos"

Se la llevaron en un camión con muchas otras personas de la localidad. La tuvieron presa en la planta superior de la casa del pueblo de Algámitas, donde le raparon la cabeza, le daban palizas y aceite de ricino como purgante.A pesar de su lamentable estado, se la llevaban a limpiar la iglesia. Al cabo de los días la fusilaron en el cementerio de Villanueva de San Juan (Sevilla) junto con otras cuatro mujeres y dos hombres.

ESTA ES LA HISTORIA DE ALGUNOS DE SUS HIJOS DURANTE LA GUERRA CIVIL:

EULALIA DOBARGANES SORIA. Tenía 16 años cuando se llevaron a su madre en un camión para mantenerla presa. Al ver que se llevaban a su madre, ella se subió al camión porque no quería dejarla sola, la echaron varias veces fuera del camión, pero como ella insistía en subir para acompañar a su madre, al final la dejaron. Sufrió violaciones por parte de los fascistas, le dieron aceite de ricino como purgante, la quemaron y finalmente la fusilaron en el cementerio de Algámitas, junto con 8 chicas más.

ANTONIA DOBARGANES SORIA. Cuando llegaron a la casa buscando a su padre, Antonia se escondió debajo de una cama con Ernestina, que solo tenía 6 meses, le dio su pecho para que la pequeña niña no llorara y así no las pudieran encontrar. Antonia más tarde va a ser la que se encargue de criar a Ernestina, nunca consiguió nadie quitarle la niña de sus brazos, pues su madre se la dejó a su cargo. A Antonia le raparon la cabeza, dejándole en la parte de arriba una especie de moño para más humillación, la pusieron en una plaza del pueblo donde los niños corrían a su alrededor burlándose de ella, le dieron aceite de ricino, la amarraron a una columna mientras el aceite hacía su efecto como purgante, la asustaban disparando al aire.

CARMEN DOBARGANES SORIA(CARMELITA). Tenía 11 años cuando empezó la guerra. Junto con Antonia, se encargaron de llevar a Ernestina a su madre cuando estuvo presa en la casa del pueblo, en el piso de arriba, para que le pudiera dar el pecho, también le llevaban café y alguna cosa que encontraban para que pudiera comer algo. Un día que fueron a visitar a su madre, a ella y a Antonia la cogieron para raparle la cabeza, mientras se lo hacían a Antonia ella lloraba desconsoladamente porque eso le aterraba, pues el hombre encargado de hacerlo, le gritó que en cuanto terminara con Antonia le tocaría a ella. Eran tales sus gritos, que un hombre vestido de militar, y que nunca habían visto en el pueblo, le preguntó el motivo de su llanto. Cuando Carmelita se lo contó, este hombre muy enfadado le dijo al que se encargaba de raparlas que le tenía dicho que dejara a los niños tranquilos. El hombre vestido de militar le dijo a Carmelita que se marchara rápidamente, ella lo hizo tan rápido que ni siquiera miró hacia atrás. Después de lo ocurrido, las hijas mayores no iban a donde la madre, pues corrían peligro y no soportaban ver en el estado en el que se encontraba. El último día que fue Carmelita a llevar a Ernestina a su madre, al llegar le dijeron que se la habían llevado a Morón de la Frontera para tomarle declaración, pero eso no era cierto, ya que se la llevaron al cementerio de Villanueva de San Juan, donde la fusilaron junto con otras cuatro mujeres y dos hombres.

EMETERIO DOBARGANES SORIA. Cuando comenzó la guerra, él estaba haciendo el servicio militar en la 5ª del soldado. Como fue herido en el hombro por un disparo, estuvo ingresado en el Palacio del Infante Don Luis de Brunete (Madrid) que sirvió de hospital de sangre y cuartel militar.
Pepete, un amigo suyo, lo visitaba todos los días. Justo cuando estaba terminando la guerra civil, le dieron la noticia que al día siguiente le darían el alta médica, pero cuando su amigo fue a recogerlo al hospital para irse a Algámitas, le comunican que su amigo Emeterio había muerto, pues al enterarse de que la guerra había terminado, de la alegría se puso a saltar y como todavía no estaba recuperado murió. Su amigo Pepete asegura que lo asesinaron, junto con los otros "rojos" que había en el hospital y que también habían desaparecido.
Añadir un pie de foto
MIS BISABUELOS
PEDRO FIDEL DE LOS SANTOS DE DOBARGANES SUAREZ (Natural de La Línea de la Concepción - Cádiz) Y VICTORIA SORIA RAMOS (Natural de Algámitas - Sevilla)

PEDRO FIDEL DE LOS SANTOS DE DOBARGANES SUAREZ
Era maestro de música, lo destinaron a Algámitas donde conoció y se casó con VICTORIA SORIA RAMOS (natural de Algámitas -Sevilla) con la que tuvo 21 embarazos, de los cuales vivieron 11. Su hogar estaba en la Plaza Falconde, frente al cuartel de la guardia civil.
Eran un matrimonio muy generoso, a menudo en su casa albergaban a personas necesitadas, a la cual daban de comer junto a la mesa con sus hijos.
Fundó la banda de música del pueblo que hoy día lleva su apellido, Dobarganes. También era carpintero, hizo un barco de madera con ruedas en unos carnavales, donde montaba a sus músicos y los llevaba por los pueblos a animar las fiestas con sus comparsas.
A los niños de la localidad algamiteña les enseñaba a leer y escribir.
Lo nombraron secretario del Ayuntamiento de Algámitas(planta baja) y del juzgado(planta superior), era miembro del Partido Socialista Español (PSOE).
La noche que bombardearon el cuartel de la Guardia Civil, acogió en su casa a las mujeres de los guardias civiles y a Gamboa, miembro de la guardia civil. Esa misma noche hubo un tiroteo en la plaza Falconde.
Cuando supo que llegaban las tropas de Franco, junto con muchos otros hombres del pueblo, se escondió en la serranía. Todos pensaban, que cuando llegaran las tropas de Franco al pueblo, si veían que no había hombres, y con lo cual, no habría resistencia, pasarían de largo sin hacer daño a nadie, pero no fue así, pues se ensañaron con las mujeres y los niños de la localidad algamiteña. Pedro Fidel de los Santos, como buen padre, para no alertar y asustar a sus hijos, les dijo que iba a dar una vuelta al Cerro.
Como muchos andaluces, Pedro Fidel terminó refugiándose en Málaga, que era la zona republicana. Cuando se supo que la ciudad malagueña iba a ser invadida por las tropas fascistas, Pedro Fidel salió huyendo de Málaga, en la conocida huída de "la desbandá", para irse con su familia a Algámitas. Lo vieron sentado en un mojón de carretera cuando esperaba a alguien, pero al poco tiempo todos sus esfuerzos por sobrevivir terminaron en ese camino de vuelta a casa, ya que vieron su cuerpo sin vida en la cuneta de esa carretera.
Dejó huerfanos a 9 hijos, ya que a dos de ellos y a su mujer los asesinaron los fascistas durante la guerra civil.

VICTORIA SORIA RAMOS
Estaba embarazada cuando llegaron a su casa los chacales de la noche(fascistas) preguntando por su marido:
FASCISTA: ¿Dónde está tu marido?
VICTORIA: "Si yo lo supiera, ¿tú crees que te lo iba a decir a ti?.
FASCISTA: "sal de la casa y tira pa lante"
VICTORIA: "como tengáis cojones de matarme delante de mis hijos, vengo después de muerta y os saco los ojos"

Se la llevaron en un camión con muchas otras personas de la localidad. La tuvieron presa en la planta superior de la casa del pueblo de Algámitas, donde le raparon la cabeza, le daban palizas y aceite de ricino como purgante.A pesar de su lamentable estado, se la llevaban a limpiar la iglesia. Al cabo de los días la fusilaron en el cementerio de Villanueva de San Juan (Sevilla) junto con otras cuatro mujeres y dos hombres.

ESTA ES LA HISTORIA DE ALGUNOS DE SUS HIJOS DURANTE LA GUERRA CIVIL:

EULALIA DOBARGANES SORIA. Tenía 16 años cuando se llevaron a su madre en un camión para mantenerla presa. Al ver que se llevaban a su madre, ella se subió al camión porque no quería dejarla sola, la echaron varias veces fuera del camión, pero como ella insistía en subir para acompañar a su madre, al final la dejaron. Sufrió violaciones por parte de los fascistas, le dieron aceite de ricino como purgante, la quemaron y finalmente la fusilaron en el cementerio de Algámitas, junto con 8 chicas más.

ANTONIA DOBARGANES SORIA. Cuando llegaron a la casa buscando a su padre, Antonia se escondió debajo de una cama con Ernestina, que solo tenía 6 meses, le dio su pecho para que la pequeña niña no llorara y así no las pudieran encontrar. Antonia más tarde va a ser la que se encargue de criar a Ernestina, nunca consiguió nadie quitarle la niña de sus brazos, pues su madre se la dejó a su cargo. A Antonia le raparon la cabeza, dejándole en la parte de arriba una especie de moño para más humillación, la pusieron en una plaza del pueblo donde los niños corrían a su alrededor burlándose de ella, le dieron aceite de ricino, la amarraron a una columna mientras el aceite hacía su efecto como purgante, la asustaban disparando al aire.

CARMEN DOBARGANES SORIA(CARMELITA). Tenía 11 años cuando empezó la guerra. Junto con Antonia, se encargaron de llevar a Ernestina a su madre cuando estuvo presa en la casa del pueblo, en el piso de arriba, para que le pudiera dar el pecho, también le llevaban café y alguna cosa que encontraban para que pudiera comer algo. Un día que fueron a visitar a su madre, a ella y a Antonia la cogieron para raparle la cabeza, mientras se lo hacían a Antonia ella lloraba desconsoladamente porque eso le aterraba, pues el hombre encargado de hacerlo, le gritó que en cuanto terminara con Antonia le tocaría a ella. Eran tales sus gritos, que un hombre vestido de militar, y que nunca habían visto en el pueblo, le preguntó el motivo de su llanto. Cuando Carmelita se lo contó, este hombre muy enfadado le dijo al que se encargaba de raparlas que le tenía dicho que dejara a los niños tranquilos. El hombre vestido de militar le dijo a Carmelita que se marchara rápidamente, ella lo hizo tan rápido que ni siquiera miró hacia atrás. Después de lo ocurrido, las hijas mayores no iban a donde la madre, pues corrían peligro y no soportaban ver en el estado en el que se encontraba. El último día que fue Carmelita a llevar a Ernestina a su madre, al llegar le dijeron que se la habían llevado a Morón de la Frontera para tomarle declaración, pero eso no era cierto, ya que se la llevaron al cementerio de Villanueva de San Juan, donde la fusilaron junto con otras cuatro mujeres y dos hombres.

EMETERIO DOBARGANES SORIA. Cuando comenzó la guerra, él estaba haciendo el servicio militar en la 5ª del soldado. Como fue herido en el hombro por un disparo, estuvo ingresado en el Palacio del Infante Don Luis de Brunete (Madrid) que sirvió de hospital de sangre y cuartel militar.
Pepete, un amigo suyo, lo visitaba todos los días. Justo cuando estaba terminando la guerra civil, le dieron la noticia que al día siguiente le darían el alta médica, pero cuando su amigo fue a recogerlo al hospital para irse a Algámitas, le comunican que su amigo Emeterio había muerto, pues al enterarse de que la guerra había terminado, de la alegría se puso a saltar y como todavía no estaba recuperado murió. Su amigo Pepete asegura que lo asesinaron, junto con los otros "rojos" que había en el hospital y que también habían desaparecido.

martes, 22 de diciembre de 2009

OTRO RELATO DE UN TESTIGO

La abogada amiga que me presta su ayuda ha recibido un nuevo relato de un testigo de la desbandá de Málaga. Se trata de mi amigo Dobarganes, cuyo relato sobre el drama de sus abuelos publicaré aquí en cuanto pueda.

DESPUÉS DE LA DESBANDÁ, AQUÍ VA EL TERCER CAPÍTULO COMPLETO



DÉSPUÉS DE LA DESBANDÁ

PRIMERA PARTE. Málaga inglesa y mora

III
Aunque Mani también sentía un cansancio tan aturdidor como el del Templao, durmió a trompicones, desvelado a veces por el frío y otras, por los ronquidos de su amigo. Pero sobre todo, por las imágenes, que su mente se empeñaba en no borrar; el Chafarino muerto, su hermano Miguel huyendo con su amada Angustias colgada de la espalda, su hermano Antonio arrodillado en la plaza de Torrox, suplicando ayuda ante las ventanas cerradas...
Al disponerse a cruzar el puente de Armiñán, una pareja de soldados italianos parecía guardar el paso en una especie de alcabala del Medievo. Ambos les miraron con una expresión que parecía irónica, como si los dos amigos fuesen los únicos que transitaban por Málaga cubiertos de andrajos. Uno de ellos, guapo y atildado como si jamás hubiera pisado un cuartel, convirtió su ironía en sonrisa.
-¿De qué te ríes, payaso? -preguntó el Templao con rabia.
Mani sintió un retortijón y apretó el brazo su amigo como señal de advertencia.
La respuesta del italiano fue una frase que no entendieron pero el tono hizo obvio el significado. Sin pensarlo, el Templao inició un movimiento de ataque. Mani dio un salto para colgarse de su cuello y musitó:
-Guaqui, espera para morir otro día, porque te necesito.
-Maldito fantoche –masculló el Templao-. Primero tuvimos los témpanos rusos y ahora, las marionetas de Mussolini, que no valen más que pa pintar el aire. Si no me sintiera tan derrotao, le rompería esa cara de muñeco de feria. Otra vez has vuelto a salvarme la vía, como aquel carnaval…
Mani trató de esbozar una sonrisa sobre su expresión descompuesta. La noche que consiguió que el Templao le aceptase como amigo, había evitado que lo tirotearan los falangistas.
Aquellos carnavales los había vivido con la zozobra de si conseguiría que el Templao le aceptase como amigo y podría, por fin, ser novio de la hermana de su amigo, la desgraciada Inma… Evocó los juegos del pilla-pilla por calle Larios y la Acera de la Marina, junto a Quini y los demás camaradas… Los atracones de brevas antes o después de saltar sobre los júas en llamas... El asalto a la mansión de doña Elena, que le había abierto las puertas de un mundo desconcertante… Las desapariciones de sus hermanos Paco y Antonio y la peregrinación en su busca… La guerra contra los principales enemigos de su familia, el barbero y los suyos, que habían acabado convirtiéndose en parientes…
Su vida había sido feliz, a pesar de la tragedia permanente de losçúltimos siete meses.. Como niño despreocupado en sus juegos pero angustiado por la economía familiar… Como miliciano a cargo de un camión de abastecimiento… Como héroe precoz, festejado en toda la ciudad…
El mercado de arquitectura morisca del Molinillo, la casa de aquel bodeguero asaltada a pedradas, el cañizo del Chafarino en la playa de la Isla, donde había disfrutado los mejores momentos del principio de su adolescencia; los bailes de Carnaval junto a su hermano Miguel y Angustias, Inma y el Templao. Cuando las transgresiones más audaces parecían simples travesuras. Cuando los únicos disgustos que había tenido jamás le habían puesto delante la crudeza de la muerte.
Le había resultado extraño y desasosegante el silencio de la finca La Virreina, ausentes los estruendos de más de doscientos bombardeos totales que había sufrido Málaga. En algunos instantes fugaces, tuvo la sensación de haberse quedado sordo, porque sus sentidos habían llegado a acostumbrarse tanto a las explosiones y derrumbes, que la quietud de esa noche campestre era lo más parecido a la muerte que podía imaginar, porque ninguna madre aullaba junto al cadáver ensangrentado de su hijo ni podían escucharse las blasfemias furibundas de muchachos que alzab an airados los puños hacia el cielo.
Sin transición, las preguntas sin respuesta de su mente fueron sustituidas por varias de las escenas que había vivo durante la desbandá.
Sintió erizarse la piel al acordarse de la amanecida de tres días antes, cuando las dos familias, la suya y la del Templao, volvieron de Torrox para sumergirse otra vez en la escabechina de la carretera, en cuyo final procuraban un destino.

El regreso de Torrox fue más fácil cuesta abajo; descendieron por el centro de la carretera sin precauciones, como si estar comiendo representase la redención de todas sus penas. Habían dejado de importarles los aviones, que danzaban su macabro minué sobre la línea asfaltada de la costa. Durante el tiempo que les tomó llegar, dos veces los vieron alejarse y volver.
-No podemos meternos en la escabechina que estarán haciendo -dijo Mani.
-Lo vamos a hacer así -dijo Paco-: Esperaremos que se vayan y, en cuanto se alejen, creo que podemos correr sin peligro durante una media hora: eso es lo que ha mediado, aproximadamente, entre los dos acercamientos anteriores. A lo mejor conseguimos salir del encajonamiento de esta parte de la carretera antes de que vuelvan. Si vuelven antes de que consigamos llegar a campo abierto, recordar que hay que ocultarse en el mismo sentido que ellos vienen y buscar cobijos que no vayan a caeros encima con la explosiones. En cuanto podamos llegar a otra parte más o menos despejá como ésta, nos meteremos otra vez tierra adentro, porque ya habéis visto que namás disparan contra la carretera de la costa.
Los aviones volaban como un enjambre de abejorros; seguramente se debía a una táctica deliberada, pero a Mani le parecía que estuvieran siempre al acecho de su grupo en concreto. Admiró la habilidad de los pilotos, puesto que obligaban a sus máquinas a elevarse en el último segundo, cuando daban la impresión de que iban a estrellarse. Como la carretera que corría paralela a la costa estaba oculta todavía por las ondulaciones que iban salvando, no podían ver a los fugitivos de la gran desbandada, pero una vez que el estruendo cesó y los aparatos fueron alejándose hacia la cola del éxodo, los lamentos reemplazaron el ruido de los motores.
-¡Dios mío! -gimió entre dientes Paula cuando la cinta de asfalto se hizo visible-, conteniendo un alarido para no estimular nuevos llantos de los niños.
El pavimento se iluminaba por el brillo de la sangre. Una inundación bermeja, en el umbral entre el horror y el infierno. Llamaban a voces a sus familiares perdidos y no miraban hacia abajo, para no identificarlos entre los cuerpos descuartizados que se amontonaban por todas partes. Corrían de un lado a otro como enajenados, en todas las direcciones, atrás y adelante, hacia el acantilado y el terraplén: entrechocaban, resbalaban, maldecían y se acuclillaban trémulos junto a un rostro recién localizado. Era muy difícil andar, los pies se deslizaban en el viscoso resplandor rojo. Mani tenía que sujetar a Paula, que había levantado la cabeza estirando mucho el cuello y avanzaba con la mirada fija en un punto inconcreto del cielo gris que se abría frente a ellos. Mani volvió la cabeza casi involuntariamente, para mirar a un mujer que daba alaridos estrepitosos y gritaba el nombre de Manolo; vio en seguida que no era a él a quien llamaba, pero sus ojos se soldaron fascinados a lo que acunaban sus brazos, un niño de pecho cuyas entrañas colgaban pendulando al andar la madre; apretó los párpados, a ver si conseguía despertar de la monstruosa pesadilla. El sol, ¿dónde estaba el sol? Tenía que estar en alguna parte, era urgente que viniera a despertarle.

El mismo silencio ominoso se mantuvo durante toda la noche. Los dos amigos durmieron o fingieron dormir y ningún perro llegó a ladrarles, porque seguramente no quedaba ninguno. Aunque se habían amparado junto a dos grandes chumberas de nopal, que abundaban en toda la finca La Virreina, amanecieron húmedos de rocío y los ojos cubiertos de legañas. Cuando Mani despertó, el Templao se hallaba sentado a su lado con las rodillas abrazadas, tiritando.
-Ojú, qué frío.
-No seas exagerao, Guaqui. Pa ser febrero, el tiempo no está tan mal.
-¿Que vamos a hacer ahora, Mani?
-¿Te siguen doliendo los pies?
-Puedo apañarme.
-Tendríamos que averiguar algo sobre doña Elena, si sigue en la Goleta o qué. Y también tendríamos que darnos una vuelta por el Perchel, a ver si encontramos a la familia del Chafarino.
-Bueno, Mani. Eso es mejor que quedarnos aquí quietos, sin hacer ná. Vamos a buscar algo de comer. Luego, me encasquetaré una boina y daré una vuelta por el barrio, por si encuentro a algún conocío que pueda ir a la Goleta, a preguntar en nuestro lugar. Tú te quedarás escondío en una iglesia o por ahí.
-¿Estás seguro de que puedes andar?
Con rigidez, el Templao se puso de pie poco a poco. Tanteó antes de dar un paso y miró hacia Mani, asintiendo.
-Po vamos.
Sorprendentemente, el pedregoso cauce del Guadalmedina, un extraño, repugnante y oscuro páramo desierto en el centro de la ciudad, mostraba señales abundantes y muy claras de las bombas. Numerosos socavones llegaban a superponerse entre sí, por lo que resultaba obvio que muchos de los bombardeos no habían tenido objetivos claros. Habían sido tan insistentes y constantes que, aparentemente, los aviadores no ponían demasiado empeño en elegir sus objetivos. Los estragos de doscientos cuatro días de bombardeos continuos, los habían causado bombas a granel, numerosísimas y lanzadas al tuntún, demostrando que sus órdenes eran arrasar completamente Málaga.
-Mejor que mi madre no vea esto –murmuró Mani, señalando las fachadas medio desmoronadas que se asomaban al torrente seco del Guadalmedina..
-Lo han tirao tó –comentó el Templao con rabia.
-Lo poco que quedaba en pie la semana pasá. Ya ves tú…
-Málaga ya no podrá ser nunca igual…
Mani torció levemente el labio superior.
-Bueno, Guaqui, tampoco era gran cosa…
-Esta es la capital mejor del mundo. ¡Tú estás majareta, Mani!
-A lo mejor. ¿Quién puede seguir en sus cabales, después de vivir lo que estamos viviendo, Guaqui? Pero ¿te acuerdas de los ratas del puerto, quew eran como alimañlas rabiosas? ¿O del día que me tuve que tirar al suelo, estropeando un vestío estupendo que mi madre me había mandado entregar, porque me pillaron entre dos fuegos, los policías por un lao y los sindicalistas por el otro? ¿O lo que le pasó a tu Inma? ¿O aquél que fueron asesinando poco a poco hasta la Casa del Pueblo del Psoe, del Perchel? ¿O al que le cortaron el dedo para robarle el anillo? Y no te olvide que vimos que le cortaban ese dedo antes de asesinarlo. ¿O lo que les hicieron a mi Antonio y mi Paco? ¿Tú crees que valdría la pena que Málaga volviera a ser así, tal como era?
Con gesto forzadamente cómico, el Templao reprochó:
-¿No estarás volviéndote fascista?
-¡Una mierda! Lo que pasa es que vivir como vivíamos no era vida, Guaqui.
-¿Y ahora, qué?
-No puede ser peor.
-¿No? ¡A ti te ha sentao mal esta caminata! ¿Cómo que no va a ser peor? ¿Tú sabes lo que yo presencié en la provincia de Cádiz, con la Legión, cuando me forzaron a venir con aquella caterva de moros?
-Sí, Guaqui. Pero por mu mal que vaya la cosa, no puede ser igual que en el frente de combate…
El ceño del Templao se ensombreció y apartó la mirada de Mani
Como un inesperado manto oscuro de fantasmas y suspicacia, como un presagio de malaventura que no podían prever, el silencio cayó sobre los dos amigos mientras se dirigían a La Goleta

jueves, 17 de diciembre de 2009

EN POCOS DÍAS PUBLICARÉ EL TERCER CAPÍTULO DE DESPUÉS DE LA DESBANDÁ

ESTOY SOMETIENDO EL LIBRO A UNA REVISIÓN MUY SEVERA, a fin de que no se me escapen erratas, ya que no dispongo de un corrector que lo haga por mi. En cuanto me deje satisfecho el tercer capítulo de la primera parte, lo publicaré aquí. Creo que será dentro de dos o tres días.

domingo, 13 de diciembre de 2009

RELATO DE UN TESTIGO DE LA DESBANDÁ






Pablo J. Sánchez Morales me envía un relato en primera persona de su abuelo, que cuenta su dramática participación en la desbandá, narración angustiosa que reproduzco. El relato lo acompaña el Sr. Sánchez de numerosas fotografías muy interesantes, que iré reproduciendo conforme me sea posible.


ACONTECIMIENTOS OCURRIDOS EN EL VIAJE DE MALAGA A ALMERIA POR CARRETERA ANDANDO DIA Y NOCHE POR LA FAMILIA SANCHEZ
Estos hechos le ocurrieron a José Sánchez de 34 años, su esposa Mencía de 31, embarazada de 7 meses, y dos hijos Juan de 5 años y Pepe de 3, sin alimentos ni agua, por la carretera de Almería, con una distancia recorrida de 112 Km.
Durante los 7 días y 7 noches que duró la marcha hasta Almería se produjeron los acontecimientos que ahora les relatamos, motivados por la presión ejercidas por las autoridades a todos los ciudadanos de Málaga, por estar rodeada por las fuerzas militares compuestas por ejércitos Moros Italianos y Alemanes convocados por el Fascismo.
La salida de Málaga, fue masiva y con pensamiento de salir de la Capital por temor al saqueo de bienes y asesinatos, que según, las autoridades de aquella fecha, se producirían, y como así ocurrió en realidad. Los sindicatos Ferroviarios mayoritarios de aquellas fechas UGT y CNT convocaron a todos sus afiliados en la plaza de la Constitución, para notificarles, que la toma de Málaga se produciría el día siguiente. El día 6 de Febrero de 1936 fue la llamada huída de la Capital, con pensamientos de que sólo serían unos días, pero no fue así, porque los Milicianos que eran voluntarios a las ordenes de las autoridades actuales en esos momentos de la República no permitían que nadie volviera, ni se parara en la carretera de Almería por lo que se había de continuar la marcha sin más remedio de noche y de día; éstas fuerzas se disolvieron al llegar a Torre del Mar continuando la huída como un ciudadano más.

El Crucero Almirante Cervera, uno de los tres buques que cañonearon desde la costa a las columnas de refugiados que abandonaban la ciudad de Málaga
Cañones del “Canarias” El “Baleares”, barco gemelo del Canarias. Miguel Escalona, superviviente: 10 años en 1937 decía: "El ultramoderno crucero Canarias, que se estrenó con nosotros..." "Para ellos era como un juego, el tiro al plato contra gente que no podía defenderse"
A partir de Torre del Mar, que como es sabido está a 26 Km de Málaga, los bombardeos y ametrallamientos de la aviación, as í como los disparos de los barcos de guerra fueron continuos sobre la carretera, éstos efectuaban sus disparos a los montes, por encima de la carretera principalmente con objeto de que los desprendimientos de piedra sobre la carretera ocasionaran el mayor número de bajas posibles sobre esta población, que se desplazaba por la carretera a pie, y que para aquellos que conozcan la carretera que se menciona, será fácil comprender que es imposible tener ningún abrigo, ni defensa posible puesto que estos montes son verticales y la carretera esta a media altura entre la mar y el monte.
Estos barcos eran el Baleares y el Canarias por lo general . Como se ha dicho esta población era totalmente civil y al carecer de cualquier preparación, para tal evento, se refugiaban tendiéndose en la cuneta próxima al monte, para ponerse a abrigo de los posibles disparos directos de los cañones de los barcos sin percatarse que los barcos disparaban, como hemos indicado por encima de la carretera, y de esta forma conseguían sus objetivos: producir un número de bajas elevados por aplastamiento y provocar el terror.
Los aviones durante el día, ametrallaban y bombardeaban la carretera ocasionando un número elevado de bajas.
A todo esto había que sumar la falta de comida y bebida, más la incertidumbre de no saber que se podría encontrar en la próxima curva.
Encontrándose en Torre del Mar esta familia sobre la media noche, descansando, sonó la alarma de la proximidad de barcos, llenándose la carretera de tal forma que impedía el poder caminar con soltura por la cantidad de personas que se pusieron en marcha, puesto que el bombardeo de esta población, fue casi inmediatamente después de sonar la alarma. A la salida del pueblo encontró durante la marcha una piara de cabras y no viendo por ningún lugar dueño ni guarda, se decidió por ordeñar una de ellas y meterla en el termo, pero al poco de estar en esta labor, la gente se acercaron pidiendo que le diera a ellos, lo que provocó que fueran demasiados, para poder atender tantas peticiones, por lo que decidió decir que cada uno se sirviera a su antojo, pero que él, Pepe, se iba y así lo hizo.


Aviones alemanes e italianos que atacaban a la población civil. Aviones rusos que atacaban a aviones italianos y alemanes (a favor de la República)

Continuando en esta marcha y sobre el mediodía, comenzaron los comentarios alertando que venían los barcos, y así fue, comenzando el bombardeo de forma inmediata, y produciéndose un confusionismo propio de estas circunstancias ocurriendo que Pepe llevaba de la mano a la niña de una amiga y vecina, que se encontraron en el camino llamada “Mariquita la de los Tejeringo” con los que desde unas horas antes iban haciendo juntos el camino.
Como decíamos Pepe llevaba a la hija de este matrimonio de la mano y a su hijo Pepito en los hombros cuando empezó el cañoneo, tirando él y su familia para un lado, y Mariquita y los suyos para otro con el fin de resguardarse en los posible de los cañonazos, y separando de esta forma a la niña de sus padres, y encontrándose ahora con una niña más en estas circunstancias, (además de Mencía embarazada y su hijo Juan) y sin tener idea tan siquiera de si los padres seguían con vida o lo no los volverían a encontrar de nuevo. Tal y como ocurría frecuentemente en el camino, donde se encontraban con frecuencia a muchos niños cerca de los que se supone que serían sus padres, que estaban casi enterrados por los cañonazos de los barcos, y otros padres que buscaban a sus hijos con desesperación, y que a veces los encontraban malheridos o muertos.
Continuando el camino y ya al final de la tarde, el otro matrimonio encontró a Mariquita delante de ellos, y dándole voces, se hicieron ver con la consiguiente alegría como es de suponer, para los dos matrimonios, puesto que además de lo que supone en estas circunstancias verse personas conocidas y resolver una situación difícil para los dos matrimonios, además que a uno se tenía un miembro de menos y otro uno de mas.
Continuando por la carretera encontraron un burro que estaba abandonado en la carretera, por lo que lo cogió el cabeza de familia José (Pepe) y la esposa Emerenciana (Mencía). Después de unos metros con el borrico montó en él Mencía y los dos niños, y de esta forma caminaron durante dos noches y un día. En esta segunda noche se aproximaron a una casa, de la que salía luz y los propietarios permitieron que la mujer y los niños descansaran en el interior de la casa, pero el, Pepe, quedó fuera con el borrico. Debido al cansancio se quedó dormido en el escalón de la casa guardando el borrico, pero al amanecer y despertar se encontró que el borrico había desaparecido, por lo que miró por los alrededores encontrando otro burro trabado. Con una navajilla le cortó la traba, y con dificultades puesto que el burro no quería caminar lo obligó, pero habiendo andado poco, los propietarios del burro que eran de raza gitana le gritaron que el burro era de ellos y aunque él decía que el burro lo cogió en Torre del Mar los gitanos, continuaban acercándose cada vez más insistentes por lo que se vio obligado a recurrir a una pistola marca Star corta de 9 mm., para defenderse de la amenaza de los cuatro gitanos, pero a los requerimientos de su mujer y para evitar conflictos posteriores le tuvo que entregar el animal aunque de muy malas ganas.
Continuaron la marcha, aunque casi de continuo había que tirarse al suelo para protegerse, a esto, había que sumarle el problema que ocasionaba el agua para beber, puesto que no se encontraba con facilidad al igual que la comida viéndose en ocasiones, obligado a introducirse en un pozo.
En cierta ocasión que tuvo que hacerlo de noche con un termo en el bolsillo, para de esta manera recoger agua potable, la cual allí mismo se bebía él y se retiraba con el termo lleno para Mencía y los niños.
Al poco después vio una luz próxima a la carretera y se dirigieron a ella, encontrando una casa llena de personas descansando en la parte delantera de un mostrador, de lo que parecía haber sido una tienda, como podían cada uno. Una vez dentro encontró un lugar que estaba lleno de aceite por el goteo, que producía un grifo de un bidón lleno del mismo líquido y que ya estaba vacío, por lo que el lugar no era apropiado para estar, así que decidió dirigirse a una mujer, que estaba sobre dicho mostrador y que parecía ser la propietaria y diciéndole de donde venía y lo cansado que estaban, la mujer le indicó de forma sigilosa, que pasaran al interior donde había una habitación con una cama de matrimonio, y que podían utilizarla pero sin formar ningún ruido para evitar que los que estaban fuera, quisieran utilizar esta habitación, y la cocina que estaba más al interior. Lo que así hicieron Mencía y los dos niños quedando José fuera de la cama pero en la habitación, se acoplaron con una vela que le proporcionó la mujer. Aproximadamente sobre las doce de la noche no se oía ningún ruido y se decidió, con una linterna de bolsillo, (que en Málaga la utilizaba para refugiarse en el sótano de la fábrica de harina de Castel, cuando había algún bombardeo) ver si encontraba algo para comer dirigiéndose por un pasillo que conducía a la cocina, la cual estaba llena de útiles propios, y después de buscar por cajones y rincones con mucho cuidado de no hacer ningún ruido encontró un serete de higos prensado del que corto un trozo puesto que estaba muy prensado y no podía desprender trozos, a continuación encontró una alacena con un candado, el cual con un hierro que encontró en la misma cocina, hizo palanca y saltó el cáncamo. Una vez abierta encontró que había más útiles pero de comida nada, desesperado con la lamparilla la dirigió a la parte alta de la alacena y le pareció ver visiones, al encontrarse con un jamón completamente entero procedió a bajarlo y meterlo bajo la cama y permaneció en silencio y sin moverse un buen rato con intención de cortar todo lo más posible para poder meterlo en un saco con la cosas que llevaban y de esta forma tener que comer. Mencía pretendía irse por temor a que le costara algún disgusto, pero salió a buscar papel de nuevo para envolver el jamón cortado, y poder transportarlo. Entre una cosas y otras comenzaba a amanecer, y buscando como salir sin tener que pasar por donde había entrado, por temor a tener que dar explicaciones encontró una salida trasera que daba a un patio, y este a su vez a la calle, lo que hicieron de forma silenciosa como es de imaginar.
Continuando la marcha como en días anteriores pero con algo de comida, durante la marcha algunos lugareños decidieron criticar a voces la marcha de estas personas, y en cierta ocasión, uno de los milicianos cansado de estas críticas que en ocasiones eran duras disparó a dos de ellos produciéndoles la muerte, con lo que cambió la actitud de estos nativos de Motril.
Como es sabido en este terreno se crían mucha caña de azúcar, lo cual le servía de alimento cortándolo en trozo y introduciéndolo en un saco, al igual que con la patatas que luego en un cacharro eran cocidas y consumidas.
En cierta ocasión, ya oscurecido encontramos que el puente que había en el pueblo de Motril, situado a 108 Km. estaba destruido por un bombardeo de los aviones, y que la multitud que llenaba la carretera se agolpaba y desesperaba, puesto que el río aunque no muy grande llevaba agua suficiente para arrastrar a las personas que se arriesgaban a cruzarlo, como le ocurrió a uno que ante todas las personas que allí habían se lanzó a cruzarlo con un niño en brazos el cual todos los presentes vieron como desaparecían bajo las aguas el padre y el niño sin poder hacer nada, puesto que el lugar era muy estrecho y abrupto, por lo que decidió no cruzarlo por allí de ninguna manera. Por ello, se retiró del grupo, y a unos metros observó que venía una persona a caballo dirigiéndose por la orilla del río hacia la parte alta del mismo, acercándose al mismo y preguntándole porque lugar se podría pasar el río sin tanto peligro, a lo que le contesto solamente “¡siga usted tras de mí!”, lo que así hizo caminando tras este hombre subiendo rio arriba como a unos 500 metros donde el río se ensanchaba y la altura del agua no llegaba a 20 centímetros, y en este punto el hombre dijo déjeme los niños que no se mojen y ustedes pasen de forma que se mojen lo menos posible (debemos recordar que era el mes de Febrero) lo que así ocurrió y una vez en el lado opuesto del río bajó los niños e indicó una cañada por la que podían dirigirse a la carretera de nuevo, pero aconsejando que de ninguna forma se encendiera luz, puesto que noches anteriores se produjeron disparos a la luz de los cigarros, por lo que hubo varios muertos. Siguiendo estas instrucciones, llegamos de nuevo a la carretera continuando la marcha de forma más tranquila, puesto que la carretera ya no circulaba próxima al mar y por lo tanto fuera del alcance de los cañones de los barcos. Los aviones tampoco ametrallaban ni bombardeaban la carretera.
Nota: Cuando Abuelo Pepe habla de autobuses extranjeros, y ambulancias, posiblemente se refiere a la intervención del Doctor Norman Bethune, de origen Canadiense, entre otros, que arriesgaron su vida para salvar las de aquellos que pudieron, tanto con ambulancias (Cruz Roja) como con autobuses que trasladaban a la población. Bethune escribió: "The crime of the road Málaga-Almería" (1937) y dispone de una amplia colección de fotografías del viaje. Os añado al final de la historia de abuelo, un extracto de la crónica de Bethune sobre la huida de Málaga.
Al llegar a Adra, que está a 109 Km de Málaga, después de varios días de marcha, y ya sin comida ninguna y esperanzado al llegar a este pueblo que se podría obtener comida, no pudo ser de ninguna forma porque no sólo estaba todo cerrado sino que no abrían a nadie ninguna puerta, puesto que se dieron caso de abrir una puerta y saquear la casa los que venían en esta marcha. En la carretera que cruzaba este pueblo, habían muchos grupos de personas paradas y otras que continuaban la marcha, a los que estaban parados les preguntó si esperaban algo o descansaban; a lo que respondieron que esperaban a unos autobuses extranjeros que transportarían a las mujeres y niños a un lugar más seguro y así ocurrió; después de unas horas ya de noche por completo llegaron estos autobuses que eran extranjeros.
En estos autobuses se subió un soldado en cada uno para impedir que los hombres se subieran y unos de los conductores dijo, que sólo mujeres y niños, hombres no, cuando tocó de subir a Mencía y los niños al aproximarse Pepe para acomodarlos el soldado que no entendía nada de Español interpretó que lo que pretendía Pepe era subir también al autobús, por lo que le apuntó con su fusil y le gritó en su idioma a lo que Pepe con las manos en alto y gesticulando le hizo comprender que era lo que pretendía, a lo que el soldado consintió de muy malas ganas y de esta forma se separó el matrimonio quedando de acuerdo antes en verse en Almería en la estación de ferrocarril aunque el autobús se dirigiera a otro lugar.
De esta forma salió el autobús y los hombres quedaron en Adra a media noche; sin saber que hacer vio una luz al fondo de la calle que correspondía a un local de la Cruz Roja, y en la puerta había muchos con heridas vendadas en espera que llegaran las ambulancias para su traslado a Almería, según le informó uno que estaba sentado fuera del local y que tenía una pierna herida. Estando hablando con este hombre y sobre las 2 de la madrugada llegaron las ambulancias, saliendo un enfermero y dirigiéndose a todos lo que estaban fuera les dijo, -iLos que puedan subir al techo de la ambulancia que lo hagan que en el interior irán los más graves!, por lo que Pepe le ayudo a este herido con el que estaba conversando a subir al techo de la ambulancia y una vez arriba se tendió en el techo para no quedar muy visible, aunque la oscuridad era muy grande, la ambulancia se pone en marcha y tarda en llegar a Almería 2 horas, puesto que tuvo que recorrer los 52 Km. que los separaban de Almería.
Esta ambulancia entró una vez en Almería en un Hospital, ayudándole de nuevo a bajar a este herido y como había poca luz, debido a los bombardeos, le fue posible camuflarse sin ser visto, puesto que no se podía viajar en una ambulancia si no se estaba herido como es normal . Saliendo a la calle se dirigió a una persona que pasaba en aquel momento preguntándole por la Estación de Ferrocarril indicándome que el precisamente iba a ella y en el camino hablando con este hombre que también era ferroviario, le facilitó información sobre los autobuses que venían con los refugiados de Málaga a lo que contestó que estos se dirigían al puerto para su embarque a Barcelona, Valencia y Alicante. En esta conversación llegó a la estación donde pidiendo información le dirigieron a que hablara con un empleado del sindicato que resultó ser de Málaga el que le informó que se refugiara en un coche de viajero mientras amanecía lo que así hizo.
Bombardeo en Almería
Al dirigirse a los coches y abrir, la puerta del primero se encontró que no sólo no podía entrar sino que la muchedumbre que había en el interior protestaba por el viento fresco que entraba a esa hora de la madrugada, así ocurrió con varios coches hasta que en uno de los más apartados pudo entrar y en el departamento que había para las maletas, descansó un rato puesto que los asientos y pasillo estaban llenos.
Una vez amanecido, se dirigió de nuevo a la estación para pedir información sobre los autobuses, a lo que le dijeron que estas personas se habían refugiado en un edificio que estaba en construcción y que sólo tenía las soleras y los pilares y que lo habían acondicionado rociando paja en el suelo para que pudieran descansar; este edificio estaba al final de una tapia. Pepe se dirigió junto a esta tapia hacia el edificio, y cuál fue su sorpresa al encontrar que en dirección contraria venía Mencía quedaron sin poder hablar unos momentos, pasados estos pregunto Pepe por los niños que habían quedado con Mariquita, (la de los Tejeringos) los dos juntos de nuevo se dirigieron a por lo niños y en el economato de la Renfe pudieron comprar aunque no pagar, puesto que dijo que no llevaba dinero a lo que le contestaron que ya lo pagaría cuando volviera a Málaga, un poco de aceite, arroz y poco más con lo que ese día comieron de forma suculenta, respecto de los demás días.
Imagen de la estación de tren de Almería bombardeada.
Después de esto se informaron en la misma estación, donde le dijeron que salía un tren para Barcelona y otro para Alicante, a lo que se decidieron por el de Alicante, el que cogieron por la tarde. El tren estaba formado por cinco coches que en un momento se saturaron de tal forma, que una vez en un lugar no había forma humana de moverse y mucho menos pasar o utilizar el servicio y después de haber comido caliente este día después de siete, el organismo reaccionó y Juanito en primer lugar y Pepito en segundo sintieron en sus cuerpos esta reacción y sin poder aguantar ni pasar al servicio, Pepe decidió que lo hicieran con el tren en marcha y por la ventanilla, a lo que como es lógico provocó que se produjeran temores por que se fuera a caer el niño por la ventanilla, lo que no ocurrió. Pero si que en una estación, Pepe bajará y observará que los efectos que se habían producido en el lateral del coche desde la ventanilla que ellos ocupaban hacía atrás fueran de lo más asqueroso y repugnante, procurando remediarlo en lo posible con un trozo de manta. Durante el viaje y ya con el hambre acumulada de varios días, sin comer la mayor parte de las criaturas que iban en este tren, cuando se detenía el tren por que veían que se aproximaba la aviación y iba a resultar bombardeado el maquinista le tapaba la chimenea para no delatar su presencia y los viajeros se bajaban como locos a buscar lo que fuera para comer, incluso en cierta ocasión, unos soldados aparecieron con unos borregos que como es lógico serían comidos en cuanto tuvieran ocasión de guisarlos lo que no pudo ser en el tren, así se continuó la marcha hasta Alicante, donde llegaron aproximadamente a las diez de la mañana.
Una vez ya en Alicante, y fuera de la estación de ferrocarril, se dirigieron a una pensión, próxima al puerto con la intención de asearse y descansar, pero tal era el aspecto de esta familia después de tanto tiempo sin poder afeitarse en condiciones ni lavarse ellos, ni la ropa e igualmente los dos niños, y Mencía embarazada de siete meses, que la señora que rentaba esta pensión decía que no había, pero Pepe sospechando la desconfianza que inspiraba se apresuro a decirle que la apariencia de él y su familia era debido al viaje que habían efectuado, y en que condiciones. Explicándole también que era empleado de Renfe y que tenía dinero para pagarle al mismo tiempo que se lo enseñaba. Entonces, la actitud de esta señora cambió y le dijo que tenía una sola habitación y que era pequeña, a lo que le dijeron que no importaba, por lo que llegaron a un acuerdo, y comenzaron por asearse y mientras Pepe fue a afeitarse a una barbería, que le indico la señora de la pensión en esta estuvieron dos días.
Al día siguiente se presentó Pepe en la estación de Alicante, explicando el caso al Jefe de servicio de Locomotoras, que era el cargo que él desempeñaba en Málaga, el cual después de tomar los datos del carnet que llevaba justificando el cargo le comunicó que podía presentarse cualquier día de la semana para que le diera tiempo de hablar con su jefes, para buscarle la forma de que continuara su trabajo lo mismo que efectuaba en Málaga. Así permaneció durante dos meses y transcurridos estos comenzó a trabajar.
Transcurridos los dos días en la pensión, la abandonaron, y estuvieron un día durmiendo bajo un puente, puesto que la economía no permitía estos gastos y ante las dudas de si podría conseguir más dinero y si le darían trabajo o no, es por lo que optaron por esta solución que por otra parte duró poco puesto que encontraron un edificio vacío en el que había caído una bomba, y que aunque estaba un poco agrietado no parecía que se fuera a caer de forma inmediata, por lo que entre José y dos compañeros más, por cierto uno de ellos muy miedoso, rompieron el candado que cerraba la puerta de acceso al mismo, y cogieron cada uno de ellos una habitación en la planta baja del edificio. Compraron dos camas, por lo que el progreso fue bastante ostensible. En esta situación permanecieron durante un año aproximadamente.
Edificio bombardeado de Alicante (el bombardeo duró 8 horas)
Dado que este piso daba una de las ventanas a un chalet situado a unos 12 metros y para poder salir del bloque tenía que pasar por la puerta del chales, se creó relación entre los dos matrimonios, el matrimonio del chalet estaba formado por personas mayores. El estaba jubilado y había sido director de la Telefónica en Madrid, este señor estaba enfermo de tal forma que al año murió. A su entierro asistió Pepe y dado que la única hija que tenía este matrimonio estaba casada y vivía en Castellón, esta Señora quedó sola, por lo que brindo a Pepe que se fueran a vivir a su casa y de esta forma hacerle compañía y ayudarle a mantener la casa al mismo tiempo que se protegía de un posible saqueo. Pepe lo consultó con Mencía, la cual le manifestó su temor a que los niños le estropearan el jardín o las cosas que tuvieran en la casa, a lo que la Señora contestó que no importaba en absoluto puesto que ella prefería la compañía, y que no necesitaban traer nada, puesto que ella tenía de todos lo que hiciera falta así que se trasladaron al chalet, por lo que volvieron a mejorar su situación.
La convivencia con esta señora en el chales fue muy buena llegando a crearse una relación de amistad entre el matrimonio de la hija, que la visitaban con frecuencia, ella y la familia Sánchez que ocupaba las habitaciones y cocina de la planta baja, ocurriendo en varias ocasiones, que el olor de los guisos subían y provocaban que las hija de Doña Amparo le dijera a Mencía que era lo que producía tan buen olor, a lo que le contestaba que bajara con un plato y lo probaría como así hacía.
En el chalet también había un perro enorme, que tenía predilección por matar a los gatos lo que conseguía de forma muy rápida ya que los cogía por el cuello y traqueteaba quedando muerto en el momento, lo que le ocasionaba algunos problemas a Pepe, que a veces lo sacaba a pasear y que cuando veía un gato le costaba contenerlo, sin embargo, con los niños era un animal de lo más noble, pero claro cuando la comida comenzó a escasear lo que ocurrió al poco de vivir en el chalet preocupaba que el animal atacara a los niños.
La Señora Amparo, que algunas veces marchaba con su hija a pasar unos días en Castellón, tomo la decisión de marchar con ella de una forma casi definitiva, puesto que en Alicante cada vez era más difícil conseguir comida, por lo que el perro también pasaba dificultades, a lo que Pepe tomó, la decisión previa consulta con la Señora dejar al animal en algún lugar que no pasara necesidades, y no fuera un peligro para los niños, lo que hizo dejándolo en un cuartel de Elche a 28 Km. de Alicante, y habiendo hablado con un cabo, el que le dijo que no se preocupara puesto que allí podía comer de las sobras de la tropa.
Los domingos se desplazaba Pepe para conseguir comida a los pueblos próximo donde tenía dificultades puesto que el dinero no tenía valor, y lo que hacía era cambiar tabaco y aceite por carne huevos y otras cosas. Esto no era siempre posible, por lo que, en ocasiones, cuando los hortelanos no querían, se veía en la necesidad de cogerlos sin que los hortelanos se dieran cuenta de una forma u otra. El aceite lo conseguían poniéndose de acuerdo varios compañeros, que se desplazaban hasta Jaén, y se introducían en un vagón de mercancía, y le decían al maquinista, que antes de llegar a la estación aflojara la marcha, y poder bajarse con dicho producto unos dos kilómetros antes de la estación, puesto que había una vigilancia y le requisarían el aceite.
Se dio el caso por ejemplo de unos soldados que en cierta ocasión le detuvieron, para preguntarle que llevaba, y cuando vieron que eran naranjas le dijeron que tenía que vaciar el saco pero que si llevaba tabaco no sería necesario, a lo que Pepe le contestó que sí, y que le podía dejar un par de cigarrillos, puesto que todavía tenía que cambiar más cosas, dado que con las naranjas solas, no podían mantenerse la familia, a lo que los soldados accedieron y le indicaron por que camino tenía que irse sin que lo detuvieran otra patrulla que estaba por los alrededores. Así lo hizo Pepe, que además, llevaba el saco demasiado cargado para la distancia que tenía que recorrer hasta la estación, y que aunque a veces le entró ganas de vaciar parte de la carga, no lo hizo aunque si terminó agotado.
En otra ocasión estando desesperado puesto que el saco estaba vacío y la hora del tren se aproximaba encontrándose en Elche, y viendo que las palmeras estaban muy vigilada, preguntó a los ferroviarios que cuando estaban menos vigiladas, a lo que contestaron que después de la comida, por lo que Pepe decidió esperar por los alrededores cuando la vigilancia disminuyó, se introdujo bajo una de las palmeras más bajas, y con un cuchillo que llevaba siempre para utilizarlo en estos casos, comenzó a cortar una de la ramas de dátiles lo que le costó mucho trabajo, puesto que la calidad de las palmeras de estas tierras son conocidas, una vez conseguida la dejó caer hasta el suelo y a continuación bajó él, observando que no había nadie, procedió a cortar otra de las ramas, una vez las dos abajo, la introdujo en el saco y observando los alrededores y corriendo se dirigió a la vía y por ella hasta la estación donde cogió el tren sin ningún incidente.
Una vez en la casa colgó en el patio la rama, pero el perro (que el animal cuando esto ocurrió estaba todavía con ellos y con hambre), como para estar pendiente, y en cuanto un dátil maduro caía en el suelo más pronto saltaba sobre él y se lo comía por lo que hubo que poner una lona bajo la rama, al objeto de que los dátiles no llegaran al suelo y se lo comiera el perro antes que ellos.
La aviación Franquista bombardeaban la ciudad de Alicante con vuelos muy bajos, de tal forma que la ametralladora antiaérea que estaba instalada en el castillo que está en la parte alta de esta ciudad, no podía dispararles puesto que al volar tan bajo también le dispararía a la población.
Llegado el tiempo de regresar, una vez terminada la guerra, tuvo que avisar a la Señora y que la casa quedaría sola, por lo que debería volver y hacerse cargo de la misma. Entonces la Señora regreso a Alicante con su hija y el marido el cual era Presidente de la Diputación de Castellón de la Plana, el cual dio por escrito y a petición de Pepe un informe muy favorable para el caso de que fuera necesario como así fue puesto que el regreso también tuvo sus incidentes.
Al termino de la guerra a todos los ferroviarios que habían llegado huidos de distintas poblaciones los citaron en la estación de ferrocarriles donde los pusieron en fila y después de preguntar los nombres uno a uno y su procedencia (de los 20 que aproximadamente eran) les dijo el Capitán de un grupo de 6 soldados armados con fusiles que desde aquel momento en adelante tendrían que saludar como saludan los militares llevándose la mano derecha a la frente, “para que sepan ustedes como es exactamente, saludaré yo primero y después ustedes” entonces el Capitán hizo el saludo y dijo en voz alta: “viva Franco”, inmediatamente lo hicieron todos pero un hombre mayor lo hizo pero con el puño cerrado por lo que un soldado a indicación del Capitán, le dio con la culata en el pecho tirándolo hacia atrás al suelo. Cuando los más próximos a este hombre fueron a socorrerlo, el Capitán, mando estarse quietos a todos con la amenaza de fusilarlos a todos, que según el, eran lo que merecían y que a partir de ese momento tendrían que irse todos a sus puntos de procedencia a pie como habían llegado, lo cual no ocurrió en realidad, puesto que volvieron en el tren.
Este Capitán, antes de declararse la guerra estaba destinado en Málaga, y en cierta ocasión varios trabajadores en la calle Larios le dieron una paliza, le quitaron el revolver y lo dejaron en calzoncillos. De ahí el odio que sentía por los malagueños.
Como resultado de la huída, cuando regresaron a Málaga el día 9 de Abril de 1939 después de 2 años 2 meses y 3 días efectuando el regreso por Granada fue castigado con tres años sin aumento de sueldo y tres meses sin trabajo, aun con la carta de recomendación que traía de los Señores de Alicante.
Al llegar a Málaga se encontró Pepe con la desagradable sorpresa de dos hermanos de este mutilados de guerra uno con una pierna menos la derecha y otro con la mano lesionada permanente y varias costillas menos y otro en la cama con una enfermedad que se contagio en Marruecos y que le causo la muerte a los dos meses de estar en Málaga.
Así fue como terminó esta historia de tantas similares como se vivieron estos años.

TESTIMONIO DE UNA VÍCTIMA DE LA DESBANDÁ.

Un lector llamado Pablo J. Sánchez Morales me envía el siguiente mensaje:
Estimado Luis.

Llevo mucho tiempo intentando contactar con usted... y lamentablemente, lo he conseguido conociendo los problemas que tiene con respecto a los derecho de autor, de para mi, uno de los mejores libros que he leido: "La desbandá". No sólo por ser una lectura amena y entretenida, sino por como narra la historía de Málaga, las anecdotas, etc... y en especial, por que a mi, como a otros tantos, la historía es lamentablemente cercana, en mi caso por las historias de mi abuelo, que fue junto a mi abuela embarazada y con dos crios de 2 y 5 años aproximadamente, fueron protagonistas de ese viaje.
No quiero quitarle más tiempo, sólo indicarle que el motivo de mi búsqueda es que mi abuelo, dejo narrada su historía y la queremos poner a su disposición por si resulta de su interés. Son unos 15 folios, donde narra el viaje desde Málaga as Almería.

Incluye tres documentos. Aunque no consigo copiar las fotos, reproduzco a continuación el que inicia la serie de su abuelo:

INTRODUCCIÓN
Hola Familia.
Antes de leer la historia de abuelo Pepe en su huida desde Málaga a Almería, me he permitido
añadir una pequeña introducción para que os resulte más ameno, y se enmarque un poco la
situación que provocó esta huida. En primer lugar, os comento las fuentes de información de
donde he obtenido los datos:
Fuentes de información.
En el año 2007, en el 70 aniversario de esta huida masiva, concretamente en el mes de febrero
(abuelo y miles de malagueños salieron de Málaga, sin rumbo en dirección Almería) se
celebraron en Málaga múltiples actos, dentro del ciclo “Nunca mas”. En la actualidad, parte de
la información expuesta se conserva en esta página: www.malaga1937.es. De esta página he
extraído la mayor parte de las fotografías. Además hay artículos sobre el tema. Otra página
interesante es: http://www.laprimeraenelpeligrodelalibertad.com
Por otra parte, existen múltiples documentales (muchos de ellos se pueden descargar de
Emule) que narran experiencias similares, de personas que cuentan su historia en primera
persona. Si queréis alguno lo pongo en alguna carpeta para que lo descarguéis.
Por último, y como aporte más interesante, y entretenido, existe un libro denominado “La
Desbandá”, que narra la situación en Málaga, justo los años antes del inicio de la guerra civil, el
estallido de la guerra, y la huida en dirección a Almería. Este libro recopila hechos acontecidos
en Málaga, y los une en un personaje imaginario, un chiquillo que se cría en ese ambiente y
cuando estalla la guerra huye también en dirección a Almería. La verdad es que es muy
entretenido y se ciñe bastante bien a los hechos.
Situación en Málaga que provoca la huida.
En España, el periodo de 1900 a 1936 fue bastante agitado a nivel político. Monarquía (Alfonso
XIII), dictaduras (Primo de Rivera), 2ª República (sin Rey) en 1931, en 1933 gana la derecha en
las elecciones, en 1936 gana la izquierda… total, que la verdad es que la cosa estaba bastante
agitada políticamente. Esto provocó muchos desgraciados incidentes, como la quema de
iglesias, etc. En España no había una situación estable. Con ese panorama, Franco, aprovecho
para iniciar un alzamiento, iniciado en las colonias africanas que se extendió a España poco a
poco, iniciando un periodo de guerra civil que dividió a una España entre izquierdas y
derechas, que provocó miles de muertes, la mayor parte de ellas inocentes, y que terminó don
una severa dictadura.
En todo esto, la población española era mayormente analfabeta, y bastante pobre.
Y concretando en lo que nos ocupa, en 1933, en la 2ª República, salió como diputado del
partido comunista Cayetano Bolivar. Debido a esto y al gran número de militantes activos
relacionados con el socialismo, el anarquismo y el comunismo (o lo que es lo mismo la
izquierda), durante esta época Málaga era denominada como” Málaga La Roja”, muy a pesar
de los sectores conservadores y ultraderechistas de la ciudad, que tampoco eran pocos. Esto
evidentemente, en la guerra civil, provocada por Franco, que como todos sabemos era
ultraderecha no fue un buen antecedente.
Málaga era un objetivo prioritario para las fuerzas franquistas por considerarla “roja” o de
izquierdas. A todo esto, con tanto cambio de poder, en especial en Málaga, los malagueños no
sabían de política, pero si conocían la pobreza, y el hambre que reinaba en las calles antes de
que se iniciara la guerra.
Cuando se inició la guerra civil, la mayor parte de las personas no sabía leer, y no estaban al
tanto de la situación que había en España. Los líderes políticos de izquierda, mentía y
tergiversaban la información, para hacer creer que los franquistas no tenían fuerzas, y que
Málaga, jamás sería dominada por los franquistas. Esto provocó que nadie se prepara para la
situación que se avecinaba. Cerca ya de la toma de Málaga, en febrero de 1937, y por el asedió
de las tropas de Franco, empezaron a llegar a Málaga personas de la costa occidental
(Marbella, Estepona, etc) y pueblos del interior de la zona accidental (Coín, Ronda, etc). Estos
traían noticias terribles de los crímenes que se cometían por
parte de las fuerzas franquistas. Estas noticias, provocaron
en Málaga un gran revuelo, que era continuamente
disfrazado por la izquierda.
Para que nos hagamos una idea, de noche no se encendía
luz alguna, para no ser detectado por los aviones enemigos
para el bombardeo. Sin embargo, los de ultraderecha de
Málaga, encendía luces a escondidas para indicar a los
aviones donde debían bombardear. A pesar de ello, Málaga
fue bombardeada en varias ocasiones provacando muchos
muertos.
La tensión se respiraba en el ambiente. Por una parte, gente
llegando de todas partes contando malas noticias y por otra
parte los líderes de la izquierda diciendo que no había que preocuparse.
Entre otras, si Málaga ya era pobre antes de la guerra, con la llegada de miles de personas de
otros lugares, aun había menos que repartir y el hambre aumentaba.
Una vez reunidos los líderes de izquierda de Málaga, y viendo que las tropas franquistas
llegaban a Málaga, decidieron abandonar la ciudad. Eso sí, para evitar colapsos, sin decir nada
a nadie, tomaron los pocos vehículos que había en la época e iniciaron ellos la huida sin decir
nada. Tan sólo, el alcalde de la época, sino recuerdo mal, se quedó para comunicar la situación
real.
Cuando se supo que las tropas franquistas estaba a punto de llegar, y que los líderes de
izquierda que habían mantenido a los malagueños engañados ya habían huido, los
malagueños, como única solución tenían iniciar la huida a territorios donde aun dominaba la
izquierda: Almería, Alicante, etc.
Esto fue lo que provocó a nuestro abuelo Pepe, con
miles de familias, salir prácticamente con lo puesto,
hacía Almería. En los mapas que añado veis como
evolucionó la Guerra Civil, y veis como Málaga quedó
prácticamente rodeada con la única salida hacia
Almería.
Os añado, lo que literalmente dijo Queipo de Llano
por la radio, y en octavillas arrojadas desde los
aviones que sobrevolaban Málaga, en Febrero de 1937:
"¡MALAGUEÑOS! Me dirijo en primer lugar a los milicianos engañados. Vuestra suerte está
echada y habéis perdido. Un círculo de hierro os ahogará en breves horas; porque si por tierra
y aire somos los más fuertes, la Escuadra leal a la dignidad de la Patria os quitará toda
esperanza de huida, ya que la carretera de Motril está cortada.
Es inútil vuestra resistencia, que no hará más que agravar vuestra suerte. Entregadnos vuestros
jefes y autoridades que os han estado engañando y almacenad las armas, para salir con los
brazos en alto al encuentro de mis columnas. Será la única manera de salvar la vida de todos
aquellos que no hayan adquirido responsabilidad en tantos crímenes como se han cometido en
Málaga..."
En texto siguiente es el que abuelo dictó a mi padre. Recuerdo que no fue ni en uno, ni en dos
días, sino en varios. No fue la mayor parte de las veces por cansancio, sino por que Abuelo no
podía seguir hablando al recordar los hechos. Leeréis cosas sorprendentes, en especial en una
persona como Abuelo, como por ejemplo que llevara una pistola, o que robara un burro, y
otras más cercanas a la imagen que tenemos de él, como que se bajara en las estaciones de
tren a limpiar los vagones que habían manchado tito Pepe y tito Juan al verse obligados a
realizar sus necesidades “mayores” por la ventanilla del tren en marcha… al no tener
posibilidad de llegar a un servicio. Pero creo, que la historia demuestra un Abuelo inteligente,
hábil, e íntegro que supo mantener a su familia a salvo en una huida terrorífica, a pesar de
tantas dificultades. Gracias a ello, hoy, todos podemos estar leyendo este texto.
La huida de Málaga, se realizo por la carretera antigua Málaga – Almería (en la actualidad
existen muchos monumentos, y placas recordando la huida). Esta carretera, escarpada, y con
montañas por un lado y precipicios por el otro, era el lugar perfecto para que barcos desde la
costa dispararan a civiles directamente, o a las montañas para provocar derrumbes y, por
tanto mayor número de bajas civiles, y
por otra, en especial en las partes más
rectas, para que los aviones ametrallaran
directamente a los civiles que circulaban
por la carretera.
Esta historia ha estado “silenciada”
muchos años, pues los de derechas
(franquistas) mataron civiles, y los de
izquierda, con sus engaños, provocaron que los malagueños tuvieran que salir huyendo sin
estar prevenidos.
Por lo tanto, políticamente a ninguno de los dos bandos le ha interesado dar publicidad a este
tema. He leído, que en esta huida, los aliados de franco, especialmente italianos, probaron sus
armas, pero en lugar de contra objetivos militares contra objetivos civiles indefensos. Fue una
de las primeras ocasiones que en guerras se atacaron directamente a civiles.
Por otra parte, jamás se ha conocido el número exacto de bajas, muchas de ellas aun
enterradas a lo largo del camino, sin embargo, este hecho, provocó muchas más bajas que el
triste episodio de Guernica…(se estima entre 120 y 300 muertes en Guernica, en comparación
con miles de Malagueños que fallecieron en el la huida a Almería). Las diferencias son que en
Guernica, fue el primer bombardeo masivo a una ciudad, y en Málaga, la masacre fue a lo largo
de una carretera. Además, Guernica cuenta con ser el título y la inspiración de Picasso para su
gran obra.
Bueno… me he enrollado mucho, pero creo que es oportuno conocer los hechos que rodean la
huida que tuvo que realizar Abuelo.
He añadido algunas imágenes al texto referentes todas a la huida, con información adicional
que espero que sea de vuestro interés. Imagen del bombardeo en Málaga
“Málaga arada por la muerte
y perseguida entre los precipicios
hasta que las enloquecidas madres
azotaban la piedra con sus recién nacidos.
Furor, vuelo de luto
y muerte y còlera,
hasta que ya las lágrimas y el duelo reunidos,
hasta que las palabras y el desmayo y. la ira
no son sino un montòn de huesos en un camino
y una piedra enterrada por el polvo.
Es tanto, tanta
tumba, tanto martirio, tanto
galope de bestias en la estrella!
Nada, ni la victoria
borrará el agujero terrible de la sangre:
nada, ni el mar, ni el paso de arena y tiempo, ni el geranio ardiendo
sobre la sepultura.”
Pablo Neruda
Tercera residencia

sábado, 12 de diciembre de 2009

SEGUNDO CAPÍTULO COMPLETO DE "DESPUÉS DE LA DESBANDÁ"


DESPUÉS DE LA DESBANDÁ

PRIMERA PARTE. Málaga inglesa y mora.

II Capítulo

No se decidieron a ir al convento de la Goleta. Lo postergaron, en espera de reunir coraje y poder tomar el pulso a la población.
Todavía abundaban los incendios humeantes, y algunos hasta cegaban grandes tramos de calles. El camino desde la carretera de Motril hasta el barrio había sido una carrera de obstáculos; el patético desfile se veía obligado a dar muchos rodeos. Sobre el sofoco de las humaredas, olía a desesperación por doquier. Era impensable encontrar quien no hubiera perdido nada. Amores o cosas.
Mani sentía curiosidad sobre la auténtica dimensión de los dos bandos que habían dividido la ciudad, ya que jamás confió en las estimaciones de sus hermanos Paco y Antonio ni de los pretenciosos datos que daba por la radio el general borracho de Sevilla. La experiencia de la desbandá y su propio pálpito le decían que habían quedado muy pocos para vitorear a los invasores italianos. Para hacerse una idea de cuánta gente pudiera haber permanecido en Málaga esperando a ese ejército desconcertante, sin huir, le apetecía recorrer las calles del barrio. Contando las ventanas que transparentasen la luz de una vela, esperaba poder calcular cuántos se habrían quedado apoyando la invasión. En calle Ollerías no abundaban esas débiles señales y, por otro lado, se veía obligado casi a sostener todo el enorme peso del Templao, que daba la impresión de que iba a caer al suelo de un momento a otro. Había gente parada en las esquinas, contemplando el paso del lastimoso cortejo interminable, pero Mani dedujo que esos espectadores debían de sentirse tan perplejos como los regresados de la desbandá; la contemplación era anecdótica; se trataba de gente poco activa que nunca había tenido iniciativas que les pudieran hacer sentir temor y que por esa razón no se habían visto empujados a escapar; ahora, mirado a los fugitivos sin verlos, simplemente holgaban, fumaban, bebían el vino infame de las tabernas de Huerto de Monjas y charlaban con la habitual sorna y chanzas:
-Dicen que los italianos están dejando a las malagueñas con el chocho como los chorros del oro.
-¡No me digas! Es que esos tíos son tós maricones y lo único que se les pone duro es la lengua.
-¿Y has visto al Roatta?
-No he tenío oportunidad.
-Esta mañana pasaba revista a su ejército en el puerto; una rata parece el tío y no sólo por el nombrecito. Tiene una jeta de mala leche… Como no nos andemos con cuidaíto, habremos salío de Guatemala pa entrar en guatepeor.
El Templao no sonrió ni pronunció una de sus divertidas sentencias; mudo para lo no que no fuera algún lamento, parecía haber decidido que todo había acabado para él. Mani se asombraba de que alguien tan vigoroso, de cuya fuerza tantas pruebas tenía, aparentara haber perdido toda la energía. Estimaba que su propio cansancio no podía ser menor que el de su amigo; habían pasado por el mismo drama y recorrido el mismo infierno espantoso, y él era más bajo, mucho más flaco y tenía cinco años menos. No conseguía imaginar qué flecha envenenada había minado el ánimo del Templao a tal extremo. Él había perdido a sus once hermanos y su madre, pero la familia Robles del Altozano también había sido exterminada.
Embozados en la oscuridad total que dominaba la ciudad en ruinas, los dos amigos cruzaron el Molinillo y fueron río arriba, hacia los campos de higueras de La Virreina, en las proximidades de cuya casona principal pensaban dormir. Acecharon un rato por si acudían los feroces perros del guardián del esquimo, pero no se escuchaban ladridos ni nada más; ni siquiera se oían los rumores propios del campo. Encontraron un claro de tierra llana rodeada casi por completo por macizos de nopales.
El Templao cayó como fulminado, pero Mani veló un buen rato, dominado por un vago sentimiento de alerta; esa casa, que presentía más que veía a pocos metros de distancia, era una de las posibilidades para robar que Quini le había aconsejado hacía tres años. Antes, lo había engañado para ayudarle a asaltar la casa de la Caleta, donde la casualidad había querido que se topase con doña Elena Viana-Cárdenas James-Grey, una de las personas más ricas de la ciudad y que, sorprendentemente, resultó ser la viuda de su propio abuelo, una historia en la que acabó descubriendo que su madre había nacido bastarda. Todo junto, en su memoria, le parecía un melodrama propio de película o de las novelas antiguas.
El Templao no paraba de agitarse. Temió que pudiera tener fiebre, pero puso la palma de la mano y su frente, sin sentir que la temperatura hubiese subido. Pretendiendo sedar el sueño inquieto y tembloroso de su amigo, agachó la cabeza y le murmuró quedamente al oído:
-Mi Paco me contó una vez que esta finca fue la hacienda de una malagueña que había sido virreina de México. Era madrastra de otro malagueño que también fue virrey de México, un fulano que los estadounidenses consideran un gran héroe de su independencia; su lema personal, “yo solo”, se cita en muchos sitios por ese país. El Paco me contó algo de una batalla donde ese fulano le echó unos cojones.... Se llamaba Bernardo Gálvez y hay muchos monumentos suyos en el sur de los Estados Unidos. Contaba mi hermano que desde que la madrastra se casó con el padre, había estado enamorada de su hijastro, que casi tenía casi su misma edad, y no pudo aguantar que él se casara con una mulata de Nueva Orleáns, que entonces era español, de manera que en vez de quedarse la ex virreina en México, ejerciendo de suegra de aquella mulata que tanto odiaba y viviendo como una reina, se vino a Málaga, compró esta finca y se construyó un palacio en lo alto de aquella loma, una especie de castillo que duró menos que un caramelo a la puerta de un colegio. Por aquellos tiempos, se estaba terminando de construir la catedral de Málaga, namás que faltaba una torre, más casi toas las estatuas, pero la virreina convenció al cabildo de que mandaran fondos a su hijastro pa reforzar la lucha por la independencia de los Estados Unidos contra Inglaterra, y por eso nunca acabaron la catedral. Y fíjate, un siglo después, ese país que tanto ayudamos a independizarse, nos declaró la guerra a los españoles, una guerra en la que perdimos Filipinas, Cuba y Puerto Rico. Ahora, del palacio de la virreina no quedan más que unos muros en ruinas, que yo los he visto allí arriba y, pa más inri, seguimos con la catedral a medias y cualquier día se nos cae desmoroná.
-¿Eh?…. –murmuró el Templao entre sueños.
-No es ná, Guaqui. Estoy recordando al Quini; si no estuviera preso, es uno de los que mejor podrían ayudarnos ahora.
Lo último que había oído de Quini era que estaba preso; y preso seguiría, porque era la única persona que conocía que los dos bandos tenían razones muy poderosas para condenar a presidio. Pero en las circunstancias presentes, era también el único a quien sería útil pedir ayuda. Si el Chafarino no hubiera muerto no tendría ni que pensar en pedir nada a nadie más… En un duermevela algo febril, la nostalgia lo arrebató.

Quini urgió a Mani, de lejos, a desnudarse también y seguirles, pero se negó viendo el poblado y oscuro bosque que cubría sus vientres, porque le avergonzaba y le causaba consternación exhibir ante ellos la pelusilla incipiente que apenas ensombrecía sus ingles. Pretextó no saber nadar, lo que era falso; se refugió a la sombra de una choza de cañizo, junto a cuya puerta se hallaba sentado un anciano marengo cosiendo redes.
-¿Quién eres? -preguntó éste sin llegar a mirarle completamente a los ojos, y de ese modo descubrió Mani su ceguera.
-Me llamo Mani.
-¿Eres de por aquí?
-No; vivo en el barrio del Molinillo.
-Eso está muy lejos y tú tendrás unos doce años, ¿verdad?
Evitó responder para no mentir.
-¿Es usted ciego?
-Sí, hijo.
-¿Desde chico?
-No. Mi ceguera se debe a la ira de Poseidón.
A causa del halo mágico de serenidad que envolvía al hombre, cuya prestancia, aun sentado, le hacía pensar en las estatuas de los museos reproducidas en las láminas de los periódicos que vendía, sintió antipatía por quienquiera que fuese tal sujeto.
-Lo meterían en la cárcel -dijo Mani.
-¿A quién?
-A ese Poseidón.
El anciano sonrió.
-No, hijo, ¿cómo van a meterlo en la cárcel? Poseidón es el dueño de la mar.
Mani se encogió de hombros, compasivo. El viejo estaba como una cabra.
-No me compadezcas; no veo, pero puedo sentir todo lo que me rodea. Has venido con otros cinco muchachos. Lo sé por sus voces y el repique de la arena al andar. Y ¿ves ése que grita? -señaló a Quini-, está de espaldas a nosotros, en el rebalaje; hay otro que también está fuera y los otros tres retozan muy cerca de la orilla, en el rompeolas, donde el agua no los cubre; todos son bastante mayores que tú. Aparte de tus amigos, no hay cerca nadie más. Allí, junto al cañizo del Nerjeño, hay otros tres muchachos que no son de por aquí, bañándose también.
Mani forzó la mirada hacia la choza más próxima, situada a unos cien metros. Tragó saliva, porque comprobó la exactitud de lo que el anciano describía.
-En el lado de poniente -prosiguió éste-, hay cinco marineros remendando redes. Creo que el padre, Paco el Perchelero, está de pie junto a proa de la jábega. Los otros cuatro son sus hijos y están sentados en la arena.
Mani tragó saliva y se arrastró para acercarse más al anciano.
-¿Cómo fue la pelea con ese Poseidón?
-¿No sabes quién es?
Mani negó con la cabeza, lo cual pareció bastar.
-Poseidón es un dios que fue el último rey de la Atlántida. Cuando se repartió el mundo con sus dos hermanos, había conquistado ese reino que, para su desgracia, se hundió por un maremoto. Después de la tragedia, Poseidón no quiso correr más aventuras y organizó un reino submarino; engendró tritones y sirenas, que tienen medio cuerpo de pez y medio de persona y éstos, que son millones y millones, son todos sus súbditos, porque de eso hace ya muchísimo siglos.
Mani examinó la cara cubierta de arrugas y atezada por el sol. No estaba burlándose de él, pero sonreía con algo parecido a la ironía. La nobleza de su perfil y la rectitud de su espalda le recordaban a los ancianos altaneros del Circulo Mercantil, precisamente aquél a quien le había encajado hasta las cejas el sombrero jipi-japa, pero la arrogancia de éstos era altivez presustuosa, mientras que la del ciego parecía emanar de una luz interior muy intensa.
-No estoy loco, Mani. Cuando pasas toda la vida en la mar, llegas a convencerte de que los dioses que sirven en la tierra no valen de nada en medio de un temporal. Algo tiene que haber ahí, en el fondo -indicó el agua-, algo muy poderoso que no conocemos ni sabemos ponerle nombre. Yo le llamo Poseidón, pero lo mismo puede ser Neptuno o la diosa que los negros llaman Iemanjá, da igual. Ahí dentro hay poderes tremendos. Lo comprendí cuando me quedé ciego. Yo vivía en la isla de Congreso, en las Chafarinas; allí nací y crecí, porque mi padre era el farero. Distinguía cada una de las piedras de la isla, había puesto nombre a las olas por las formas que les daba el viento; era amigo del relámpago y el trueno, y en las noches de tormenta, cuando la mar quería tragarse la isla, podía caminar junto a los acantilados sin que las olas embravecidas me rozaran siquiera. Yo amaba aquel lugar y Poseidón o como se llame me otorgó su dominio, pero mi madre tenía miedo; decía que en cualquier momento caerían los franceses de nuevo sobre nosotros y nos aplastarían junto a los soldados de la guarnición, cosa que habían hecho muchas veces. Por eso nos vinimos a Málaga. Yo era todavía un muchacho, pero no me sentía el mismo. Comencé a escuchar la voz de la mar en cuanto me apartaba dos metros de la orilla, como si fuera la de un amante despreciado, y me hice pescador para no convertirme en polvo tierra adentro. Por desgracia, en esta bahía somos demasiados pescadores y la competencia obliga a meterte en caladeros donde no debes y por eso fui pescador pocos años; cuando naufragué diez millas mar adentro, tenía poco más de veinticinco; pude morir, porque mi cabeza golpeó contra la quilla rota de la barca, me puse a sangrar como si se me escapara la vida y no sirvieron de nada mis aullidos invocando la ayuda de Dios y la Virgen del Carmen. Cuando las olas me arrastraron hasta la arena, me había quedado ciego. Permanecí aquí, casi agonizante, porque estaba seguro de que me moriría encerrado en cualquier hospital de Málaga y entonces se me ocurrió hablarle a la mar sin intermediarios vaticanistas, de modo que se curaron mis heridas de repente y noté que corría por mis venas nueva sangre que no era la misma y descubrí que el aire de la mar me convertía en otro y veía las cosas con mayor claridad que antes; soy capaz de ver el viento y los olores y el sabor salado de la mar; veo mucho mejor, porque lo miro todo con los ojos del alma. Ahora llevo cincuenta años agradeciendo el instante en que me quedé ciego, porque quienquiera que mande en las fuerzas de la mar me había abierto las puertas del entendimiento. No imaginas cuánto he aprendido y cuánto veo sentado aquí, sin salir apenas de mi playa.
Mani no sabía qué decir. El viejo hablaba como un torrente, con mayor fluidez que nadie que conociera y le describía cosas prodigiosas. Sentíase incapaz de determinar si era un demente o un sabio... o tal vez uno de esos brujos de los que trataban las leyendas de las tertulias nocturas de su calle, porque veía una aureola en torno a su cabeza que no podía ser fruto de su imaginación, ya que cerraba los ojos para borrar cualquier marca de deslumbramiento y cuando los abría el nimbo seguía allí, envolviendo un rostro capaz de traspasar su mente.
-En mi barrio hay también cosas mu raras -dijo, porque suponía que tenía que decir algo.
-¿Como qué?
-Esta mañana lo sacó el periódico, con fotografía y tó. Mi calle termina en el muro de un convento; dicen que allí enterraron a una monja hace muchísimos años y ahora hay una mancha con forma de mujer que no se quita ni a la de tres. Blanquean y blanquean, y nanay.
-¿La mancha vuelve a salir?
-Sí. Hay noches que no me deja dormir.
-¿Y tú, qué piensas que es?
Mani tardó unos instantes en responder, porque en los ojos estériles del anciano había algo que no era la espera de una respuesta, sino una especie de torbellino de conjeturas que, sin saber por qué, supo que era él quien las originaba. ¿Por qué se mostraba tan absorto en los asuntos de un niño insignificante como él, por qué se le agitaban las aletas de la nariz como si olfatease la llegada de un tropel de fantasmas tan inmateriales e improbables como su Poseidón? Consiguió zafarse de la mirada que no le veía pero le inmovilizaba, y respondió:
-No lo sé. Lo que sí sé es que me da un canguelo...
El anciano asintió a alguna pregunta o propuesta que pasaba por su cabeza, mientras la aureola palpitaba agrandándose y empequeñeciéndose como si estuviese sometida al influjo del corazón, un corazón que latía tan deprisa como si acabase de subir a zancadas una empinada cuesta. Mani presintió que el ánimo del ciego estaba siendo torturado por alguna clase de idea pesimista.
-¿Sabes lo que hay que hacer cuando uno siente miedo por algo que no sabe lo que es? Tú pareces un chico inteligente, y lo que hace la gente inteligente es investigar para entender lo que no comprende. El conocimiento quita muchos miedos, créeme.
-En mi barrio, tó el mundo tiene miedo por algo...
-¿Por ejemplo?
-Por tó. Hay muchas navajás, muchas trifulcas, nos rompemos la cabeza pa encontrar qué comer y tós los días nos acostamos con miedo a morirnos de hambre. Tó el mundo se caga de miedo por algo, por entrar en la carcel, porque el vecino lo denuncie a los guardias... Ayer de madrugá, por poco no le pegan un tiro a mi mejor amigo, a pesar de ser el tío menos desbocao que conozco y por eso le llaman "el Templao".
Mani supuso que, aunque pretencioso, no era del todo mentira afirmar que el Templao era su mejor amigo. Al menos, y aunque no le correspondiese, así lo veía él.
-¿Qué pasó?
Le contó la escena del ataque a las prostitutas de calle Camas y lo que siguió y cuanto había visto antes, en el recorrido desde que abandonara la fiesta del Molinillo.
-Málaga se ha vuelto loca -dijo el viejo-. ¿Sabes lo que pasa? Esta ciudad es marina, nació vivió y pervivió en el tiempo gracias a la mar, pero, desde hace un siglo le ha dado la espalda a su ser natural y la mar le está pasando factura. No quiero ni imaginar lo que pasará cuando Poseidón desate su furia. Málaga morirá en la playa.
Mani consideró que esas afirmaciones eran demasiado estrambóticas. No se parecían lo más mínimo a lo que hablaban sus vecinos, lo que relataban los periódicos ni, sobre todo, a lo que proclamaba Paco, el mejor informado de sus hermanos.
-Ese amigo tuyo, el Templao, es huérfano de padre, ¿verdad?
Mani sintió una convulsión que le agarrotó la garganta por un momento. Examinó con asombro al anciano, que se mostraba muy interesado en conocer la respuesta de esa pregunta en concreto. No recordaba haber mencionado la orfandad del Templao; ¿cómo había adivinado el anciano tal circunstancia? Bueno, llevaba mucho rato hablando con él y no podía recordar todas las cosas que había dicho; a lo mejor le salía lo de que el Templao era huérfano de padre sin meditarlo. Pero no era algo que acostumbrara mencionar. Sentía tanta agitación que se puso a perorar atropelladamente y sin parar, a fin de no meterse en conjeturas, y habló con pasión del joven cuya ayuda trataba de lograr, ya que por tener un trabajo fijo de arrumbador en el puerto y por su carácter, era el adolescente más popular del barrio, cualidad que se enriquecía por el hecho de ser el hermano mayor, y tutor de hecho, de la adolescente más bonita y dulce de unas cuantas leguas a la redonda, Inma.
-Ella te necesita -afirmó el viejo, -debes protegerla.
Mani sonrió con satisfacción, inflado de orgullo, sin preguntar el porqué de una afirmación tan tajante y, sobre todo, tan improbable. El anciano continuaba aparentando alguna lucha interior muy intensa; carraspeó como si quisiera aclararse la aguardientosa voz antes de comentar:
-Creo que te conviene conseguir la intimidad del Templao, porque me parece que va a ser trascendental en tu vida, pero estos amigos tuyos de hoy -el ciego señalaba a Quini y los demás-, ¿te fías de ellos?
-No veo por qué no.
-No se parecen a ti. Tú eres muy superior.
Encajó el comentario con desagrado. Iba a protestar, cuando Quini le gritó:
-¡Rubio!, ven pacá, que son más de las tres.
-Ven a hablar conmigo otro día, Mani -rogó el viejo-; hay muchas cosas que quiero decirte y te hace falta que te las diga, pero antes debo cavilarlas porque necesito encontrar las palabras justas. Ven pronto, pero sin esa pandilla de cafres.
El anciano parecía desear con vehemencia que la visita se produjese; Mani supuso que debía de escasear la gente dispuesta a escucharle. Se despidió de él con un sencillo adiós y corrió hacia el carromato, donde los muchachos comían con limón almejas y coquinas crudas, que rompían chocando unas con otras.
-¿Ya te ha trajinao el loco Chafarino? -bromeó Quini.
-¿Lo conoces?
-¡Claro! Tó el mundo conoce al Chafarino por aquí. Está majara perdío. No le hagas ni puñetero caso.

A pesar de que ya se le estaban cerrando los ojos junto a los ronquidos del Templao, la evocación del anciano pescador ciego hizo que Mani sintiera un retortijón en el corazón, mientras velaba a su amigo. El Chafarino había sido su principal referencia los últimos tres años de su vida. No podía acostumbrarse a la idea de que tendría que estar sin él para siempre.
Con voz sonámbula y entre dientes, el Templao murmuró:
-¿Te pasa algo, Mani?
-¡Qué!
-Estás llorando.
-¿No dormías?
-Ojú, tengo un frío… Pégate aquí, a mi vera, pa resguardarme. ¿Por qué llorabas?
-¿Es que no hay motivos?
-Claro que sí. Pero por qué ahora…
-Estaba pensando en el Chafarino.
-¡Pobrecillo! ¿Estás seguro de que había muerto?
-¡Claro que sí! Lo vi.
-Lo que me contaste que habías visto fue namás que un cuerpo carbonizao…
-¿Y quién iba a ser? Claro que era él, vivía solo.
El Templao rezongó, con voz sonámbula.
-Si no tuviera tanto sueño, te mentaría un montón de posibilidades.
-¿De que no fuera él aquel muerto? ¡Estás chalao!
-Si te cuento, cuando los de la Legión invadimos Cádiz, la cantidad de compañeros del tercio que yo creí que habían muerto de un tiro y que, de pronto, me daban un susto porque volvían a menearse…
Mani estimó que el Templao trataba de consolarlo para que se durmiera de una vez, pero recordaba los volúmenes y la actitud inmóvil de aquel cuerpo ennegrecido por el fuego, y no le cabía ninguna duda de que se trataba del Chafarino. No le apetecía seguir hablando de esa cuestión y, para evitarlo, se echó al lado del Templao y fingió que empezaba a dormirse.
El Templao le echó el brazo sobre el pecho al tiempo que murmuraba.
-Desengáñate, Mani. Estamos más solos que la una.
No sonaban ladridos en la finca La Virreina ni cantaban los gallos. En realidad, no escuchaban los sonidos delatores de la vida del campo, pero aun así sonaban levemente la brisa suave sobre las pitas y las chumberas, el bamboleo de las ramas de una higuera cercana, las rachas intermitentes de la lluvia fina que llamaban “calaera” y hasta creyó posible Mani escuchar el baile de las olas de la lejanísima playa donde había vivido el Chafarino.
Durante un breve instante, añoró ese sonido de la arena arrastrada por el agua más que ninguna otra cosa. El chapoteo de la arena que no se parecía a ninguna otra música, el reflejo de la luz del Sol y de la Luna, la playa ardiente a causa de que su color oscuro atrapaba el calor, los pies hundidos en el rebalaje procurando que ni Quini ni sus amigos notaran que apenas tenía vello en el pubis, la expectación ante la siguiente prueba de su clarividencia con que el anciano pudiera asombrarle. Ya nunca volvería a esforzarse por oír la voz cavernosa del anciano por encima del bramido del rompeolas. Ya nunca le obligaría a transitar por mundos legendarios ni le haría soñar.
El viejo redero ciego que poseía más libros que nadie que conociera, fue el guardián y el instructor de su pase de la niñez a la adolescencia. La evocación dibujaba en su memoria imágenes nítidas de lo vivido en la playa de La Isla; los marengos que tiraban del copo al amanecer, los bolicheros que salían con sus jábegas al anochecer, los numerosísimos delincuentes que usaban la playa como guarida, pues no recordaba que jamás la hubiera visitado ni un solo guardia de Asalto. Recordó que, a pesar de la misantropía que le incitaba a vivir solo en la playa, el Chafarino tenía familia; había mencionado algunas veces a hijos, nueras y nietos. Lo más probable era que tales familiares vivieran en el barrio del Perchel.
Todavía le quedaba algo que hacer con respecto al Chafarino.